Bar Txoko, historia de Pamplona y favorito de Hemingway
Hace poco estuve de vacaciones en el País Vasco y decidí cruzar a la vecina Navarra para visitar Pamplona. Hacía tiempo que no pasaba por la capital foral y sentía la necesidad de hacerlo para recuperar mi valoración sobre ella tras un anterior viaje en el que todo lo que podía salir mal, salió mal. Quería limpiar absolutamente toda negatividad hacia la capital pamplonesa, recobrarla para mi memoria.
Presto y dispuesto, tomé el tren en Vitoria para pasar una jornada completa en Pamplona. Siempre que viajo a una ciudad necesito conocer sus rincones históricos, sus estadios y sus templos gastronómicos, que no tienen por qué ser los mismos de los que hablan los denominados “influencers”, esos lugares con estética “guay” que no son nada del otro jueves cuando te acercas a probar sus platos. Busco autenticidad y cosas ricas, y si no puede ser al cien por cien, que al menos atesoren historia.
Voy a ahorrarte todo lo que tiene que ver con mis visitas artísticas, arquitectónicas, sacras y deportivas, y me voy a centrar en las referidas a la gastronomía, a la enología y a la espiritualidad, ojo, la que se refiere a los destilados. Caminaba por las calles soleadas y bulliciosas en un día laborable, que es cuando mejor se conocen las ciudades, y mi propósito era visitar el Café Iruña a la hora del aperitivo. El bajón más absoluto vino a visitarme cuando vi que estaba en obras y que allí no me iba a beber ni un vaso de agua ni a comer un colín. Al menos pude entrar y contemplar su belleza ante la indiferencia de los obreros que tomaban un refrigerio en el suelo, ese que tantos pies ilustres han pisado durante decenios.
Debo reconocer que terminé en el Bar Txoko de rebote tras las calabazas del Iruña. Pero creo que nunca una decepción fue tan productiva, puesto que descubrí un lugar auténtico con mucha historia y con unos bocados muy ricos. Allí estuvo Hemingway (dónde no estuvo el colosal bebedor…), pero en el Txoko no han creado un mausoleo del escritor estadounidense como otros vistos por medio mundo. Está acreditado que el premio Nobel de literatura acudía a él cada tarde tras la corrida de toros durante los sanfermines a tomar una copa, en concreto batido de vainilla con cognac, probablemente brandy. Confieso que no lo probé, aunque no descarto hacerlo en un futuro para opinar con una base empírica sobre tal mezcla, que se me antoja dulzona.
Lo que sí que probé, y creo que por encima del hambre que tenía, fueron varios pinchos contundentes y bien ricos con una cervecita para refrescar y posterior paso a los buenos tintos de la tierra. Allí, en la barra, el trato del camarero fue amigable y profesional, recomendándome con tino qué comer y beber. Sin duda, cuando regrese a Pamplona, este será uno de los lugares que repetiré.
No te pierdas…
- Sus clásicos pintxos como las migas con chistorra, el solomillo ibérico con hongos en salsa de sidra, su buena fritura casera y su pintxo de chuletón de ternera navarra.
- Sus estupendos vinos de Navarra y tierras colindantes servidos en buena copa y seleccionados por el sumiller Ricardo Irisarri, su café y su vermut casero con receta original.
Me gusta por…
- Su ambiente castizo y sus vistas a la Plaza del Castillo y a sus históricos soportales.
- Su atención en barra donde aparte de buenas recomendaciones puedes pegar la hebra con el camarero si tienes la suerte de que no haya muchos comensales.
Dirección:
- Plaza del Castillo, 20. 31001, Pamplona, Navarra
- E-mail: loiriymunarriz@gmail.com
*Foto de portada obtenida de la web de Bar Txoko
Licenciado en Ciencias de la Información en su rama de Periodismo por la Universidad Complutense, de Madrid y formando parte del equipazo de Bodeboca desde la primavera de 2018. Aparte de encantarme los vinos y los destilados, soy un viajero apasionado al que le gustan mucho el humor, la radio, el fútbol, la historia, el arte, la buena música, la criminología y la literatura. En los últimos tiempos he descubierto la paz en las plantas y la generosidad en los perros: se rumorea que estoy madurando. Ah, y como solamente se vive una vez, mi filosofía vital se encuentra a medio camino entre el hedonismo y el epicureísmo.