Arquitectura de la creatividad líquida, por Guillermo Cruz

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En estos días de agitación gastronómica es bastante habitual escuchar la palabra “creatividad”. La escuchamos como si de un talento extraordinario se tratase. Casi como un don sobrenatural que estuviese marcado en el ADN de un superhéroe. (Valium) Sin embargo cabe tomarse un respiro, con tiempo, para darse cuenta que la mayor parte de las innovaciones suelen tener un nexo con el pasado. De hecho, no sería coherente intentar caminar por la senda de la vanguardia sin tener un gran conocimiento de lo antiguo.

Como un ciclo natural, cada generación quiere aportar algo nuevo de lo recibido por sus antecesores. Este hecho lo vivimos en el mundo del vino de forma muy acusada con los cambios de generación, especialmente en Borgoña. Una zona donde son habituales los ejemplos del legado del  padre a su sucesor con el consiguiente cambio de estilo. Para bien o para mal esto existe y, en ocasiones, se puede perder un fondo de conocimiento acumulado para, con el paso de los años, intentar  volver a recuperarlo. Dicho de otro de otro modo, podemos considerar a la experiencia como ese talento que se gana con la constancia y el esfuerzo.

Más cerca de nosotros hay otros ejemplos como es el caso de Pago de Carraovejas, en el que la bodega pasa de padre a hijo. En este caso el testigo se entrega cargado de éxito; algo que podría otorgar al sucesor cierta sensación de “comodidad”  pero, en vez de ello, el descendiente multiplica el éxito para invertirlo en crecer, en atisbar nuevos horizontes y en dibujar un futuro cargado de ilusión para construir un destino imperecedero.

Así pues vemos que 
esa “creatividad” puede aplicarse en diferentes rutas… aunque hoy la
centraremos en la líquida.

Las mejoras y los conceptos revolucionarios deberían acercar la magia a las personas y nunca entrar en el territorio del lujo. Ese lujo entendido como algo excluyente y elitista. Pero, también es cierto que en los últimos tiempos hemos podido ver las diferentes caras de la moneda de propio lujo: lo que antes era ostentoso, hoy es demasiado evidente y lo que antes era elitista, hoy está alejado de la realidad.

Quizás hoy conocemos un lujo más aterrizado. Basado en el acto de compartir y en el de democratizar;  fundamentado en vivir experiencias irrepetibles y en buscar estímulos emocionales que sean únicos.

Por eso hay una parte dentro del ecosistema líquido que está por explotar. Para ello se debe fundamentar el trabajo en equipo dentro de la innovación y así aprovechar los talentos de cada individuo con el objetivo de acercar al gran público al vino, ayudándole  a comprenderlo, a hacerlo fácil y accesible.

Romper barreras, integrar y compartir más –y mejor-, suponen en sí mismos una importante herramienta creativa que eleva la mirada hacia un futuro por escribir. Difuminar los límites entre la cocina y la sala; el sólido y el líquido; el equipo y los comensales; entre la gastronomía y la ciencia -o el arte-, son hoy fuentes de inspiración y vías para encauzar nuevas hipótesis.

Si hasta ahora una de las principales vías para facilitar el acceso al vino ha sido  la de impulsar la parte líquida a través de aliados gastronómicos sólidos, las historias y los relatos abren todo un nuevo universo de posibilidades. Entre ellas, la fusión entre la comida y la bebida. La evolución de los tradicionales maridajes, la eliminación de las fronteras entre lo sólido y lo líquido trabajando conjuntamente, a través de historias,  permite trasladar emociones, paisajes y el trabajo que hay detrás de las creaciones y de los productores que lo hacen posible.

Una de las más emocionantes virtudes de una persona es la capacidad de hacer feliz a otra. No creo que exista nada superior  y dentro del mundo del vino esto se puede hacer realidad casi cada día. Aquí el aporte novedoso son los aires renovados, cargados de sentimiento.

Uno de los cimientos de una mirada al frente, reflexiva y fresca pasa por emplear un nuevo lenguaje y dejar huella en la memoria o en los sentidos de las personas.

Así pues dejémonos deleitar por botellas que cuentan y personas que narran una historia. Esa historia que, a quien la escucha, le convierte en protagonista. (bmisurplus.com)

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Guillermo Cruz es sumiller y ha trabajado, entre otros lugares, en el restaurante Mugaritz y en Ambivium, propiedad de Pago de Carraovejas. Actualmente tiene un proyecto propio de elaboración de vinos llamado Bendito Destino en Ribera del Duero.