Innoble 2023: crónica desde dentro

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Innoble 2023 ha vuelto a demostrar que el mejor wine festival del norte de África se hace en Sanlúcar de Barrameda. Por supuesto esto no es una feria más de vino, es una gran fiesta. Aquí se viene a dejarse llevar. Sabes cuándo llegas, no cuándo te irás. 

Hace calor este 18 de junio en Sanlúcar. Subo por la Cuesta de Belén cobijada por la sombra de los grandes árboles del Jardín del Palacio Ducal de Orleans y Borbón. En una mano llevo el paipay senegalés que compré el día anterior a una vendedora ambulante en la plaza del Cabildo. 

A lo lejos veo a Armando Guerra –cabeza pensante del tinglado–. Está al teléfono. Tan pronto como cuelga lo pierdo de vista. Se mueve rápido como el rabo de una lagartija. Hay que tener nervio (y mucho criterio) para montar algo así. El mismo que su compinche Rayco Fernández y otros implicados como Leonor García.

Entro a la Posada de Palacio, sede oficial de esta edición, para recoger mi pulserita naranja en el portón y coger mi copa Spiegelau. No la soltaré hasta que vuelva a salir, en teoría, antes de la medianoche.

Husmeo el espacio dedicado al merchandising entrando a la izquierda. Veo camisetas chulas, pero tengo sed y calor. Busco la sombra del semisótano con aires de antigua bodega, ese espacio underground habilitado para acoger a un montón de innobles: productores y comerciantes, sumilleres tatuados y aficionados con los ojos brillantes.

Doy un vistazo rápido mientras busco un hueco entre alguno de los corrillos con los productores. Aparece Gabriel Raya, persona afable de entusiasmo contagioso, y me da a probar uno de esos vinos viejos que esconden en Bodegas Barrero, en los que la edad ha dejado de ser algo por lo que preguntar. Más de cien años, calcula, sin darle importancia. Supongo que esto es la nobleza.

Dice Maite Corsín que aquí hay que venir si crees que nobles e innobles están condenados a entenderse. Pienso en el vino como elemento civilizador. Quizás no sea casual que Innoble tenga lugar frente a la que fue la residencia estival de los duques de Montpensier.

Como Gabriel, veo en este semisótano fresco, espacioso y de techos altos a Carlos Mazo de Vinos en Voz Baja con sus riojas artesanos y elegantes, Agustín Benjumeda y Brita Hektoen de Santa Petronila con sus generosos de viña, José María Raya de Toro Albalá, con sus maravillosos PXs de Montilla-Moriles, Antonio López de Bodegas El Monte con su fotografiadísimo Ximenum, un fino de Moriles Alto en una coqueta damajuana seleccionado para esta edición de Innoble, y tantos otros vinateros del Viejo y Nuevo Mundo unidos por el orgullo de compartir lo que hacen.

Se respira la alegría. Teníamos ganas de reencontrarnos en medio de este embrollo de copas que se agitan mientras las botellas no paran de vaciarse y la música no deja de sonar. Como una flâneur vinícola, vago por el espacio sin rumbo. Hasta que veo a Eduardo Ojeda hablar a un grupito de personas al que me uno con una sonrisa. Cato OVNI, un Pedro Ximénez tranquilo de Montilla. Me seduce. Luego La Bota de Florpower, un clásico atemporal de Equipo Navazos, y uno de sus amontillados que me hace salir de allí como levitando.

Agradezco la generosidad a Eduardo mientras pienso que sería una buena idea explorar más allá de este sótano en ebullición. Salgo a tomar un poco el aire al patio sombreado y aparece Willy Pérez con parte de su equipo (y de su artillería). ¿Eso es un espumoso? ¿Burbujas de albariza? Sí, quiero. Juan Carlos Vidarte (el 50% de Albariza en las venas) me sirve un poco en la copa. Arrobamiento al primer sorbo.

Entre el tumulto veo sobre nuestras cabezas un músico tocando en un balcón. Nadie baila, todos se mueven, hablan sin parar, comparten este día que cada dos años viene a remover un poco más los cánones, a demostrar que hay otra manera, más abierta, más cosmopolita, más global de acercarse al vino.

Regreso al semisótano para subir a la terraza donde sigue la fiesta. Antes voy en busca del puesto de Coalla a intentar pescar un poco de queso que –literalmente– está volando. Esto está de escándalo, pienso, mientras bebo el último trago que tenía en la copa. Tras el receso, accedo por fin a la terraza por la escalera con forma de ele que une ambas plantas y doy con unos peruanos de sonrisa amplia y vinos raw. Leo un nombre: Pepe Moquillaza, quien se define como liquid storyteller. Los cato todos, incluido el primer vino de flor del Pacífico. Me sorprende su visión.

Me despido e intento abrirme paso entre la gente, al fondo veo que están los locos por las burbujas de Terroir Champenoise. Por el camino, me cruzo con algunos amigos a los que saludo con alborozo. Unidos por el vino. Cada uno me recomienda lo que le ha gustado y asiento con la cabeza que sí, que intentaré probarlos todos, con la certeza de que será imposible. Lo mejor de Innoble es que siempre nos deja con sed de más Innoble. 

Aun así, me aventuro a adentrarme en la zona siempre abarrotada de Antonio Maçanita, de Azores Wine Company. Con ganas de probar sus blancos volcánicos (y algún que otro tinto). Por un momento, siento que estoy en medio del Atlántico. Qué evocador es el vino. 

De Azores viajo hasta Madeira con Justino’s, una de las bodegas más antiguas de la isla, a pocos metros de allí. Mi última parada antes de volver a casa. Pronto empezaremos a esperar con añoranza una nueva edición de la gran fiesta del vino con la que ya es tradición inaugurar el verano de los años impares.