Garnacha: la uva fénix

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El resurgir de la uva más nuestra

De ser arrancada, negada e incluso ocultada en etiquetas para no dejar prueba de su rastro, a verse de nuevo ensalzada y piropeada como la gran variedad patria. La Garnacha es la uva de las mil y una vidas. Camaleónica, versátil, resiliente, fresca, sensual, frutal y fácil para aquellos que se introducen en el inabarcable y apasionante universo vinícola, desde hace algunos años vive inmersa en nuevos tiempos de gloria. Porque el ‘garnachismo’ es imparable y ha resurgido para quedarse.

Hubo tiempos en los que la Garnacha fue la reina indiscutible del viñedo español. Se cree que la primera referencia a ella data de 1513, fecha en la aparece citada como Aragonés en el libro Agricultura general de Gabriel Alonso de Herrera. Precisamente esta primera sinonimia es la que revela su origen español, siendo la Corona de Aragón la que extendió la uva por Europa entre los siglos XII y XVII, para llegar más tarde a las áreas más remotas del Nuevo Mundo, convirtiéndose así en la variedad mediterránea por excelencia.

Su vigor, su ciclo de maduración medio-temprano y, sobre todo, su gran resistencia tanto al calor como al frío extremos y buena adaptación a suelos pobres, hizo, a mediados del XIX, que su cultivo se disparara, pero el declive de esta “edad dorada” llegó a finales del siglo pasado. Fue entonces, al ser asociada a vinos de poca calidad, cuando castas como la Tempranillo empezaron a ganarle la partida. “La Garnacha era el vino con boina. Esencia de cisternas, garrafones, vasos tabernarios y consorte de otras. Era el retrato de la España del granel, del vino anónimo”, aseguraba en un artículo publicado en 2021 el crítico vinícola, José Peñín.  

Uvas de Garnacha en la viña

Por aspectos como su alto grado alcohólico y oxidación perdió protagonismo y fue relegada a mera acompañante en coupages. Pero su versatilidad a prueba de bombas y, sobre todo, un cambio de paradigma en su elaboración, ha vuelto a poner el foco sobre ella. Los nuevos aires garnacheros soplan afianzados en la recuperación de viñas muy viejas, rendimientos bajos y muy controlados, y una elaboración mínimamente intervencionista que logra vinos más expresivos, frescos, equilibrados, con una buena acidez y la promesa de una larga y brillante longevidad. Y es en estas zonas donde estos vientos más se dejan sentir.

El eje riojano-navarro

Tanto Rioja como Navarra son dos regiones en las que la Garnacha tiene un arraigo histórico. En ambas llegó a ser la más cultivada y ahora ocupa el segundo puesto tras la todopoderosa Tempranillo, según datos del informe de variedades plantadas en 2021 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. 

En Rioja, en los años 70, llegó a ocupar el 40% del viñedo, pero su caída en desgracia por su mala fama y la menor rentabilidad de sus cepas hizo que gran parte de estas fueran directamente arrancadas. La variedad pasó a ser testimonial y una de las escuderas para mejorar los ensamblajes

Pero hay quienes en los últimos años se han empeñado en devolver el antiguo esplendor a la Garnacha riojana y a sus vinos, y con esta misión poner en valor la tradición e idiosincrasia de estas tierras. En esta labor destacan figuras como la del profesor de Enología en la Universidad de La Rioja y viticultor, Juan Carlos Sancha, desde la zona del Alto Najerilla, con proyectos como Peña El Gato, apuntalado en cepas viejas ecológicas elaboradas de forma natural y empleando, por ejemplo, tinajas; o la del director técnico de Vintae, Raúl Acha, quien además de rescatar las cepas centenarias de su familia en Cárdenas, ha hecho lo propio con otros viñedos a lo largo del valle del Ebro en su interesante Proyecto Garnacha.

Juan Carlos Sancha

En Navarra, la variedad, que también fue la mayoritaria representando el 90% de la superficie a finales de los 70, destaca sobre todo en su versión rosada. Un vino afamado, obtenido, sobre todo, por la técnica del sangrado, que seduce por su perfumada nariz y agradable frescura en boca. En la actualidad, la Garnacha navarra no solo se muestra vestida de este color. También lo hace, cada vez más, en tintos con una atractiva concentración y complejidad como los de Viña Zorzal o de un carácter más atlántico como los monovarietales de Artazu, bodega del gran Juan Carlos López de Lacalle, alma mater de Artadi. La apuesta por su recuperación es tal que el pasado mes de mayo de 2022 Navarra se colocaba en el mapa mundial de la Garnacha al acoger la celebración del célebre concurso internacional Grenaches du Monde. Tres días que concitaron a elaboradores de más de mil vinos de 11 países diferentes para elegir los mejores del año elaborados con esta variedad.

Aragón, ‘el imperio de la Garnacha

El reino de Aragón tuvo una reina vitícola indiscutible, la Garnacha. De hecho, fue La Corona su mejor embajadora extendiendo su cultivo durante siglos por Francia, Italia y otras regiones europeas. Así empezó a crear fieles por todo el mundo, atraídos por su perfume y su personalidad mediterránea. 

En las cinco D.O. aragonesas, la Garnacha enamora. Mientras que en el Somontano, convive en plena armonía con otras variedades, especialmente con uvas francesas; en Cariñena forma hechizantes matrimonios junto a la uva que da nombre a esta región.

No obstante, es en Calatayud y en Campo de Borja donde esta variedad exhibe todo su poderío. Bajo la imponente vista del monte Moncayo, en un entorno con un clima continental extremo, las cepas viejas, algunas centenarias, sobreviven y emergen como auténticas heroínas regalándonos memorables tintos.

¿Qué se puede esperar al descorchar una clásica garnacha aragonesa? Pues una explosión de fruta que se abre para descubrir infinitos matices. Además, su cuerpo, su estructura, su vibrante acidez y su concentración aromática prometen una extraordinaria capacidad de guarda. Otra de las grandes claves de su éxito es su gran versatilidad gastronómica, que han convertido a los vinos de Aragón en imprescindibles para los sumilleres. 

Durante años infravalorada, en las últimas décadas el conocimiento y las nuevas formas de viticultura y de elaboración han devuelto el brillo a la joya de la corona de Aragón.

Este renacimiento. conocido como ‘la revolución garnachera’, tiene algunos de sus padres más ilustres en tierras aragonesas. Entre ellos, figuran Fernando Mora, Jorge Navascúes y Norrel Robertson que, rescatando del olvido cepas históricas, deslumbran con las distintas voces de esta uva tan fascinante.

Con la máxima sensibilidad, estos enólogos han sabido destapar la cara más fresca, elegante, enigmática y compleja de la uva y han hechizado al mundo con emocionantes vinos. En pocos años han elevado la Garnacha aragonesa al cielo de las listas de los críticos más prestigiosos, que han quedado cautivado de estos proyectos con alma.

No solo es el potencial y la versatilidad de la Garnacha la clave de este fuerte resurgir, las generaciones que invirtieron su tiempo y dinero para mantener con vida este legado histórico fueron los que crearon los cimientos de este movimiento tan exitoso como prometedor. 

El tesoro de la Sierra de Gredos

La sierra de Gredos y su entorno es otra de las mecas de la Garnacha española. Para los enamorados de la zona como Luis Gutiérrez, crítico de The Wine Advocate, sus 5.500 hectáreas de viñedo repartidas entre valles y laderas de montañas en Madrid, Cebreros (Ávila) y Méntrida (Toledo) deberían constituir una sola región vinícola en sí misma. 

Además de la edad —la mayoría de los viñedos son también viejos— y la altitud entre los 600 y 1.200 metros a la que se encuentran, son sobre todo los suelos predominantemente graníticos y pizarrosos los que dotan de gran singularidad a la variedad y a sus vinos, que se caracterizan por la frescura, la acidez, la agilidad y la sutileza revestidas de notas minerales y balsámicas. “Si controlas la madurez de la uva y no cometes excesos en bodega, extrayendo lo suficiente de su carácter, puedes conseguir algo que podría estar a medio camino entre Châteauneuf-du-Pape y Côte de Nuits. Garnacha de primer nivel”, ha llegado a afirmar el hombre de Parker en España en algunos de los seis reportajes que, entre 2014 y 2021, ha dedicado a este ámbito.

Garnachas de Bodegas Marañones en Gredos

Artífices de su revalorización y recuperación son nombres propios y bodegas como Telmo Rodríguez, quien cual pionero desembarcó en los barrancos de granito y pizarra de Cebreros en 1999 para, en asociación con el piloto Carlos Sainz, lanzar su Pegaso Viñas Viejas; Jiménez-Landi y Canopy en Méntrida; Raúl Pérez con Bodegas Bernabeleva y Fernando García Alonso y Alvar de Dios con Marañones en Madrid; o el citado García Alonso y Daniel Gómez Jiménez-Landi con Comando G en tierras abulenses.

Algunos de ellos, junto a otros proyectos y elaboradores, incluso se agruparon en 2013 en la Asociación Albillos y Garnachas de Gredos, constituida con el objetivo de defender el potencial de ambas uvas en este entorno único, así como la tipicidad aportada por los suelos, las altitudes y su clima continental con influencia mediterránea, pero también montañoso. Todos comparten valores muy similares para abordar esta titánica empresa como la apuesta por la recuperación de viñedos viejos, casi abandonados, y una visión decididamente ecológica. Filosofía que aplicada a nuestra protagonista propicia vinos con carácter y de gran pureza a los que resulta fácil aficionarse por su agilidad y elegancia. 

Priorat, Garnacha de culto

Entre almendros y olivos, en un mágico rincón de Tarragona en el que el tiempo se detiene, la Garnacha, en solitario o en compañía de la Cariñena y otras variedades galas, alcanza en manos de magos de la vid la categoría de vinos de culto.

En los mejores restaurantes del mundo y en las bodegas de los coleccionistas, la Garnacha de Priorat brilla y exhibe su poder, su carácter único, su mineralidad y su extraordinaria capacidad de guarda. 

El prestigio de los vinos que nacen en estas terrazas imposibles se debe a la conexión entre un clima tan árido como excepcional para las cepas, al alto porcentaje de viñas viejas, a la singularidad de sus suelos pobres de llicorella, a la pizarra característica de la región y al talento de sus productores, que han hecho de la palabra Priorat sinónimo de placer infinito para los winelovers.

Vista de Gratallops y su viñedo en el corazón del Priorat

Fueron los cartujos de la Provenza del monasterio de Scala Dei los primeros que plantaron viñas en estas tierras durante el siglo XII. No obstante, este paraíso sufrió gravemente con la llegada de la filoxera y, posteriormente, con la despoblación de las zonas rurales. Estos factores, unidos a las dificultades que presenta este terreno para el cultivo, llevaron a un abandono muy significativo de la producción vinícola.

Fue a partir de los 80 cuando comenzó la revolución del Priorat con la Garnacha y la Cariñena como emblemas de este movimiento. Grandes maestros entre los que se encuentran Álvaro Palacios y René Barbier llegaron al rescate de una región agonizante y conquistaron el mundo del vino. Las excepcionales puntuaciones de Parker en los 90 certificaron el milagro del Priorat y elevaron a estas obras artesanas a la élite de los grandes tintos europeos. 

¿Cuál es el secreto del poder seductor de la Garnacha del Priorat? Pues una armoniosa unión entre la potencia y la elegancia. Gracias al árido clima, a los suelos pobres y a las viñas viejas, los rendimientos en esta región son muy bajos y las uvas alcanzan una gran intensidad aromática y tánica. El contraste térmico entre el día y la noche ayuda a preservar una óptima acidez, fundamental para alcanzar un fino equilibrio y para evolucionar durante años en botella. Por último, el suelo de llicorella ayuda a las raíces a penetrar en la profundidad para hidratarse y dotan a de un carácter profundo y mineral a estas garnachas.

* Por: Blanca García y Raquel Cuenca