Entrevista a Sara Pérez

|Categoría

Sara Pérez (Ginebra, 1972) es una de las mujeres más influyentes y admiradas del vino español. Representa a la generación de elaboradores que está llamada a tomar el testigo de figuras como su padre Josep Lluís Pérez Ovejero, o su suegro, René Barbier, que cambiaron la historia del Priorat hace más de 30 años.

En su bodega prioratina familiar, Mas Martinet, elabora algunos de los vinos mejor considerados de esta D.O.Ca. como Els Escurçons o Camí Pesseroles, y junto a su pareja, René Barbier Jr, está también al frente de Venus La Universal, su proyecto más personal en Montsant.

Pocas voces pueden hablar con más pasión y autenticidad de estas dos regiones vinícolas como la suya.

Además de enóloga y bióloga eres también filósofa, así que filosofemos un poco. ¿Qué es el vino para Sara Pérez?

Para mí el vino lo es todo, es mi vida. Antes que elaboradora soy consumidora, y me gusta descubrir historias, y esto me lo brinda el vino cada vez que abro una botella. Me gusta llegar a entender todos los puntos de vista que hay alrededor del vino.

¿Recuerdas el primer día que llegaste al Priorat?

Tenía 9 años. Había muchas curvas, pensaba que mis padres me llevaban al fin del mundo. Era 1981 y la realidad del Priorat era muy distinta a la de ahora. (Xanax) La primera impresión fue muy ruda. Nosotros vivíamos en Sant Cugat del Vallés, junto a Barcelona, en un ambiente muy progresista, y de ahí a vivir en un pequeño pueblo fue un schock. Para una niña como yo era como si se apagasen todas las luces de golpe.

Después volviste a Barcelona para estudiar Biología pensando que jamás te ibas a dedicar a esto del vino.

Durante mi primera juventud no me gustaba el vino. Me gustaban las plantas y los animales, como a muchos niños, y por eso estudié Biología. Yo no quería hacer lo que hacían mis padres, veía el mundo del vino como muy de adultos, además no existía la cultura de vino que hay ahora y eso no ayudaba a querer descubrir este mundo. Al final he llegado al mismo punto que mis padres, de hecho he tenido que “matar al padre” de alguna forma, pero he llegado aquí desde un punto de partida distinto al que lo hicieron ellos.

¿Y qué cambió para decidir dedicarte a él?

Empecé estudiando Biología esperando buscar el porqué de la vida, pero me decepcioné un poco porque todo estaba muy dirigido. Pasé un verano en Barcelona encerrada en un laboratorio estudiando los pepinos, y una mañana me desperté y pensé: “¿Qué haces aquí?, ¡Tu vida está en el vino, con tu familia! ¡Corre vino por tu sangre!”

Tu trayectoria profesional está innegablemente ligada a tu familia, los Pérez Ovejero, impulsores del Priorat tal y como lo conocemos hoy. Háblanos de ella.

Mi padre es un personaje, es alguien muy valiente que siempre se ha cuestionado las cosas, siempre parece que ha ido a contracorriente del mundo pero siempre trata de averiguar el porqué de las cosas a través de la investigación. Siempre nos ha ayudado a responsabilizarnos y a asumir nuestros propios errores.

Y por si no tuvieras poco con tu familia, decides casarte con René Barbier Jr…

(Risas). Yo tenía mucha más relación con su padre que con él, pero cuando estás construyendo un camino que te apasiona tanto, no hay tanta gente que comparta esa ilusión como lo hacía él. La clave es que nos enamoramos del mismo vino en el mismo momento.

Cuéntanos qué se bebe en vuestra casa.

Sobre todo se beben proyectos e historias. Tenemos una regla, y es que en casa no se beben nuestros vinos, intercambiamos vino con otros elaboradores y en casa aprovechamos para conocerlos. Nos gusta conocer el trabajo de la gente que está trabajando sin miedo, o mejor dicho, trabaja con miedo pero con una valentía todavía mayor. Bebemos muchos vinos naturales de todo el mundo, vinos honestos.

Hoy en día el Priorat goza de gran reconocimiento, pero Álvaro Palacios, los Barbier o vosotros siempre reivindicáis vuestros difíciles comienzos.

Tenemos una memoria muy corta. Hoy hay cierto renombre alrededor del Priorat, pero hay que intentar recordar que eso no ha sido siempre así. En Priorat hay muchas realidades y creo que lo importante es reconocer que los proyectos que hoy en día tienen nombre lo tienen por su esfuerzo y cabezonería, por creer en algo con mucha pasión y por no centrarnos en la dificultad de avanzar. Hay una tendencia de analizar lo que quiere el otro, lo que quiere el mercado, y nos olvidamos de lo que queremos nosotros. Siempre estamos esperando que el otro juzgue y nos olvidamos de lo que queremos. ¡El camino lo hacemos nosotros!

¿Cómo explicarías el Priorat a quien nunca lo ha vivido?

Para entenderlo hay que venir. Hay zonas más difíciles, con más piedra, más pendiente, más cuidada y más salvaje. Hay una fuerza que emana de este suelo que te acaba seduciendo. Esto solo se puede vivir, no se puede explicar. También se puede beber, pero hay que estar muy atento. A veces catamos con el equipo de Mas Martinet y Clos Mogador vinos que parecen Priorat pero que en el fondo nos miramos a los ojos y sabemos que no lo son. Los vinos de Priorat dan vértigo en copa, es una sensación brutal.

Incluso entre aficionados al vino, hay muchos que no acaban de entender las diferencias entre Priorat y Monstant.

Cada zona tiene su magia y su encanto. En Montsant hay mucha gente que está trabajando duro para conseguir una identidad que Priorat ya tiene desde hace siglos. Priorat siempre ha sido el espejo en el que se ha mirado Montsant. Se han buscado concentraciones y maduraciones altas, pero cuando fundamos la D.O. Montsant y nos escindimos de la D.O. Tarragona, dejamos de mirarnos en Priorat y vimos que teníamos suelos distintos, más frescos, y todavía hoy estamos en la búsqueda de nuestra identidad.

Sara Pérez junto a su marido René Barbier.

También has trabajado con Mustiguillo en el Levante, con bodegas de Mallorca y hasta hace tres años con Dominio do Bibei en Ribeira Sacra. ¿Qué has aprendido saliendo de casa?

Paradójicamente, saliendo de casa he aprendido muchas cosas sobre mi propia casa. En estos proyectos empecé a trabajar como asesora técnica. Yo cogía asesorías de personas con las que podía hablar de territorio, de vino y de vida. Con gente cuyo argumento era puramente comercial, nunca me entendí. Había que entender el territorio, redescubrir variedades autóctonas como la Bobal, la Gorgollassa, la Caíño o la Mencía, y esas fueron historias que me ayudaron también a conocer mejor variedades autóctonas de mi zona como la Garnacha peluda o la Cariñena.

En el año 2000 tomaste partida por el cultivo ecológico. ¿El vino del futuro será ecológico o no será?

Eso tendría que haber llegado ya. Creo que la gente tiene mucho miedo y muchos prejuicios sobre este tema. Para mí es el único camino. Yo tuve un momento en que tuve que elegir mi camino, y tomé el camino del cultivo ecológico. Sé que vivo en mi pequeño mundo, pero es tan fantástico que no quiero salir de él.

También reivindicas la crianza lejos de la madera…

Todo esto coincidió con mi maternidad, y te das cuenta de que el vino es como los niños. Todos queremos que nuestros hijos sean perfectos, que saquen un 10 en Matemáticas, y nos olvidamos de sacar lo mejor de ellos y de prestar atención a lo que de verdad necesitan potenciar. Con los vinos ocurre lo mismo, si una añada es fresca y merece hormigón para mantener la frescura inicial, pues se hace. Lo importante es potenciar la capacidad de cada añada y de su territorio.

¿Existe algún vino que te gustaría hacer que todavía no has hecho?

Tengo dos asignaturas pendientes: un vino con velo y otro espumoso.

Y para terminar, ¿qué opinas de los “vinos femeninos”?

Esto daría para hablar 3 horas, porque la gente lo utiliza de manera muy distinta. La visión del género cuando yo empecé era muy distinta a la de ahora. Antes había mucho que reivindicar y hoy en día creo que esto tendría que estar ya superado. Lo de “vinos femeninos” ha quedado como un cliché de vinos fáciles, elegantes, asequibles, pero parece que está entendido desde alguien que ve a la mujer como alguien sumisa. Para mí no existen vinos femeninos ni masculinos mientras quien lo diga no nos aclare por qué lo dice.