Rodrigo Méndez, el triunfo de la humildad

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Alejado de los focos mediáticos y de la pompa en la que muchos piensan que se sumergen las grandes figuras del mundo del vino, Rodrigo Méndez se ha hecho un hueco a golpe de tesón y perseverancia en la cúspide de los productores vinícolas de España. Desde Meaño, un pequeño pueblo pontevedrés de la comarca del Salnés, ha conseguido que sus creaciones sean consideradas como referencias de culto.

Rodrigo, para los que aún no te conozcan, ¿en qué proyectos estás implicado? 

Yo trabajo en dos proyectos que son Rodrigo Méndez, con viñedos centrados en Meaño, el pueblo donde he nacido y vivido y con plantaciones que he introducido yo; y Forjas del Salnés, un proyecto más amplio enfocado en el Valle del Salnés. Después está Castro Candaz, un proyecto que iniciamos Rául Pérez y yo en 2013 elaborando poquitas botellas de tinto y un blanco en la zona de Quiroga (Lugo).

¿Cuál es el hilo conductor de todos estos proyectos? ¿Qué quieres contar con cada uno de ellos?

El denominador común de todos los vinos es la sinceridad en la forma de trabajar y el respeto. Volver al estilo clásico de hace 40 o 50 años cuando los vinos que se hacían aquí se elaboraban respetando la finca en la que se encontraban. Que sean identificables con la zona, y sobre todo que evolucionen bien en el tiempo, esto para nosotros es primordial. Estamos intentando volver al pasado, sabiendo que en algunos aspectos estamos perdiendo pero en otros estamos ganando mucho. No son vinos tan “aperfumaos”, son vinos más tranquilos, más neutros, pero que dicen mucho de dónde vienen. No tienen ningún tipo de maquillaje. Después te pueden gustar más o menos, pero nuestra idea es que un sumiller que esté en Japón o en Nueva York lo cate a ciegas y pueda identificar el vino. 

¿En qué momento te diste cuenta de que querías dedicarte al mundo del vino?

Yo tengo tradición familiar de vino de muchos años, mi abuelo era un gran apasionado y fue miembro de la gestora que fundó la D.O. Rías Baixas. En aquellos tiempos todo el mundo arrancaba tinto y plantaba Albariño, mientras que él hizo sus plantaciones de tinto. Falleció en el 2001 y estuve en contacto con varia gente para intentar hacer tinto, hasta que un día me presentaron a Raúl Pérez en 2004. Esto fue clave. Yo le dije que quería hacer tinto en una parcela del pueblo, pero no quería vivir de esto. Nosotros tenemos otra empresa familiar de construcción de bateas y me gustaba el vino, pero no pensaba meterme a fondo. Entonces Raúl me ayudó a hacer este tinto mientras que yo le regalaba las uvas para hacer su Sketch. A partir de ahí empezamos a trabajar, él quería ayudarme a hacer un tinto y también un blanco, teníamos un buen viñedo. Ahí fue donde empezamos, y hasta hoy juntos. Raúl fue importante para mí, para la zona y para Galicia

¿Hacer ese tinto fue una gran motivación?

Claro. Tenía el viñedo, tenía la bodega, lo tenía todo… pero me faltaba asesoramiento. Hable con varios enólogos de la zona y todos me dijeron lo mismo: “corta eso y pon Albariño, no se pueden hacer tintos aquí”. Hasta que llegó Raúl y me planteó todo lo contrario: “aquí se pueden elaborar tintos como en Burdeos, pero aquí lo que tenéis que hacer es viticultura”. Ahí cambiamos el chip, empezamos a hacer otro tipo de viticultura, bajamos rendimientos de producción por hectárea y comenzamos a vinificar las variedades por separado. Recuperamos también las maderas, que hasta entonces en la familia trabajábamos con inox. 

Rodrigo Méndez en el entorno del Salnés

¿Cuáles fueron tus primeros pasos en este sector? 

No tengo estudios en enología, los únicos estudios que tuve fue estar al lado de mis abuelos que eran viticultores. Después siempre te tratas de formar y de viajar muchísimo. Para mí fue muy importante hacer viajes por Borgoña, Alemania, Chile… Beber botellas con gente que sabe y tratar de aprender lo máximo posible. Influencias que ahora estamos trabajando como el uso de fudres ovalados de madera, muy diferente a la barrica y al inox, ha dado un aporte a nivel de seriedad y equilibrio a los vinos que hacía mucha falta.

¿Cómo te describes a ti mismo: elaborador, ‘winemaker’, bodeguero…?

Yo me considero viticultor, y también me gusta una palabra del libro de Luis Gutiérrez que es viñador. Al final es una persona que está en el campo, que cuida su viña y que elabora su vino, sin más pretensión. Estar en el sitio, dedicarle horas a tus viñas, a tus vinos y a las visitas. Ser lo más sencillo posible y sin mucha historia. Contar lo que haces y lo que quieres hacer. 

Uno de los secretos de tus vinos es la selección de parcelas, ¿cómo se lleva a cabo ese trabajo previo de selección? ¿es una ciencia exacta o hay margen para el error?

Las parcelas que vas seleccionando son un trabajo de años. Nunca te marcas un tiempo, hay parcelas en las que llevamos diez años elaborando y aún no nos atrevemos a sacarlas por separado y hay otras que con dos o tres años ya te atreves a sacar. (mypatraining.com) Es un tema de interpretarlo, de la sensación o intuición que tengas. Es un poco como el amor [risas], hay gente que al día está enamorado y en tres meses se casa; y a veces estás con una mujer durante 15 años y la quieres mucho, pero no te atreves a casarte. Son cosas que a veces no se entienden, pero es así, ensayo-error e ir probando.

¿Crees necesarias las sinergias entre productores para elevar aún más el nivel del vino en España?

No es necesaria, yo diría que son obligatorias. En Galicia estamos en un momento muy bueno y la gente nos está conociendo un poco más. Cada uno tiene sus proyectos y sus negocios, pero esta simbiosis entre bodegueros, sumilleres, enólogos, distribuidores… hay que hacerla alrededor de una mesa un día tras otro hasta que salgan nuevas oportunidades y líneas de negocio. Es muy interesante que yo me junte con uno y que otro se vaya al Bierzo o a Ribeira Sacra, es fundamental. Olvidarnos del “yo hago mi vino y no quiero saber nada más si me va bien”, hay que abrir un poco más la mente.