No diga single malt, diga Macallan
En cada viaje que haces a una bodega hay un registro olfativo de ciertos aromas que se quedan grabados en tu memoria. Cuando descorchas una botella de un proyecto en el que has estado, todo cobra sentido y te puedes teletransportar a un lugar a través de ella. Yo sabía que esto era así para los vinos. Lo que no sabía, y os lo cuento a continuación pues mi primera visita a una destilería ha sido nada más y nada menos que a The Macallan, es que esto me pasaría también con el whisky.
Desde el momento en el que llegas a Escocia y más concretamente a la región de Speyside todo te sitúa en un ambiente muy concreto: evocador, los paisajes de postal, los campos son mullidos y de un verde muy apacible. El aire huele a monte bajo y las texturas de los objetos reflejan calidez a pesar de que me distrae un viento constante que despeina y también destempla, como si entrar en calor fuese una necesidad fisiológica muy prioritaria.
Así me sentía cuando cruzamos el majestuoso portón que da la bienvenida a una propiedad ubicada en Craigellachie que data de 1824. Tuve que bajar la ventanilla del Bentley que me acercaba y sacar la cabeza para absorber la fragancia del lugar. Me pareció entrar en un submundo, la verdad. Por encima, una sucesión de colinas onduladas con minúsculas ventanas, de las que parece que van a salir hobbits, pero que realmente esconden la espectacular destilería que pronto conoceré. Inaugurada en 2018 tras una complejísima obra de Rogers Stick Harbour + Partners, los mismos que diseñaron la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas.
Pero la primera parada de la visita fue llevarnos directamente al pasado. A la icónica “casa espiritual” que vemos en las etiquetas de las botellas de The Macallan.
La tierra que heredó el Capitán Grant de su ancestro Duncan Grant en 1543 junto con los derechos de explotación de unas tierras fértiles (Magh en escocés, de allí el nombre) y posteriormente la construcción en 1700 de una casa, la Easter Elchies House, en la que se cazaba y se pescaba (y a día de hoy todavía se pesca) porque un tramo del río Spey pasa por allí.
Es una parte de la materia prima de lo que posteriormente voy a catar en cada una de las botellas que abrirán para nosotros. La primera de ellas en un precioso living room con paredes forradas de la misma tela escocesa que llevan nuestros guías en sus elegantes chaquetas. Un reconfortante y equilibrado The Macallan Double Cask 18 Years Old muy a juego con el entorno.
Con el recuerdo a caramelos de toffee aún en mi boca llegamos a un cementerio privado —¡una sorpresa!— en el que están enterrados algunos de los trabajadores de The Macallan. Esto es posible porque tal y como constaté también en Vega Sicilia, en esta propiedad todo funcionaba como si de un pequeño pueblo se tratara. Había colegio, huertos, tiendas… La destilería fue, hasta principios de los 2000, una comunidad con su propia vida.
La vida que comenzaría con un hito importantísimo llevado a cabo por Alexander Reid, el fundador de The Macallan. Resulta que la marca de whisky escocés que hoy es sinónimo de lujo, tan sólo tuvo que invertir 10 pounds en hacer girar la rueda de su impresionante trayectoria. Fue la cantidad que pagó Reid para obtener la licencia legal para destilar el que ya es uno de los whiskies más famosos del mundo.
Justamente producto de la destilación hay una pátina negra en la zona menos glamurosa pero no por ello menos interesante de la propiedad: las enormes naves de envejecimiento. Un hongo inofensivo que lo cubre todo, incluyendo paredes y árboles y que pude palpar en la paredes interiores de la nave señalada con el número 7.
Con nombres y apellidos
Me voy a detener en este sitio porque en la nave 7 rebautizada como 007 descubrí que la interesante y estrecha relación entre el cine y The Macallan no es una estrategia sin más de marketing. Es la historia de “la doble vida” del guionista Allan Scotch (nacido Allan Shiach).
De hecho, se considera que Allan fue la genial mente detrás del marketing que a lo largo de los años se ha llevado a cabo con una marca que ha batido varias veces el récord en un subasta de vino o licor. Este es el hombre que, cuando estuvo a cargo de The Macallan de 1979 a 1996, transformó los secretos que guardaba la propiedad en una sucesión de historias anecdóticas, creando un arco narrativo exclusivo para cada momento y por supuesto para cada embotellado. Allan Scott configuró las bases de lo que hoy es la experiencia The Macallan, una confluencia muy lógica entre orígenes, saber hacer, exclusividad y trascendencia.
En la misma sala se desvela también una historia sin parangón. No puedo quedarme sólo en la figura de Allan Scott y su contribución a la marca sin retroceder en el tiempo y situarnos en 1919. La Gran Guerra y una muerte repentina de un marido llevó a la abuela de Allan, Janet Harbinson, a ponerse al frente de la destilería. Toda una osadía en esa época y al mismo tiempo una azarosa circunstancia que definió el rumbo de su historia y trazó el camino a seguir.
Nettie (así es como cariñosamente apodaban a Janet Harbison) no sólo fue la persona detrás del líquido resultante en la botella más valiosa subastada en la historia (The Macallan Fine and Rare 60-Year-Old 1926 se elaboró bajo su atenta mirada) sino que también determinó que los futuros The Macallan continuarían envejeciendo en roble español sazonado previamente con jerez para mantener su carácter único y distintivo.
Una decisión importante, sin duda, pero yo me quedaría con la que a mi juicio le otorga la genialidad. Fue Nettie quien también tomó la decisión de reservar parte del stock como inversión para el futuro. Y cada cierto tiempo, esas botellas ven la luz para felicidad de los más coleccionistas.
The Macallan por dentro
Felicidad vertiginosa o sencillamente llamésmolo vértigo. Es lo que sentí cuando entré finalmente en la edificación que se esconde bajo las colinas. Si el fin del mundo me pillara con preaviso, yo pediría una plaza en la destilería. Resguardada al cobijo del calor que desprenden los alambiques de cobre y respirando un aroma de pan, panadería, cereales, trigo, sumamente embriagador. Atentos también a este aroma.
El edificio alberga lo que todos pensábamos que veníamos a ver, los washbacks o cubas de fermentación y los siete pequeños alambiques de cobre (aunque en este espacio, pequeño es un eufemismo) a todo gas.
En el área de destilación, impoluta, que parece casi una galería de arte, constato que se ha pensado muy bien el espacio para envolverte en una experiencia entre didáctica y lúdica. Artilugios que parecen sacados de la entradilla del Señor de los Anillos sirven a los guías para explicar – y con éxito – la complejidad del proceso de destilación en el que la cebada malteada y el agua del Speyside fermentarán y luego pasará por dos destilaciones. Lo comprobaremos también organolépticamente: un líquido sin color que ya vaticina la promesa de un single malt por el que se obsesionan muchísimos.
La biblioteca del whisky soñada existe
Decía que pensábamos que veníamos a ver los alambiques pero de la sala de destilación pasamos a un sitio para el que no encontraré palabras, ni imágenes, —porque hay un juego visual allí que sólo se entiende estando en persona— que se ajusten a lo asombroso que fue conocerlo. No voy a hacer spoiler, si alguna vez acude un lector de este post ya hablaremos. Si The Macallan Estate fuese una muñeca rusa, esta sala sería la más pequeña y la última. El sitio en el que constatar que no es ridículo ni excéntrico pagar millones por algunas de sus valiosas botellas.
Muy cerca de la joya oculta se encuentra el whisky bar más exclusivo del mundo y la colección más grande de single malts reunida en un mismo sitio.
Dime una fecha y seguro encontremos una botella que la lleve impresa en la etiqueta. Yo busqué mi año y desafortunadamente no hay botella (podría ser por los años de la guerra o porque no tuviera la calidad suficiente para ser embotellado), pero es increíble pasar la mirada por una colección de más de 700 botellas, todas ellas diferentes y todas ellas contando algo.
Si yo ahora miro una botella de The Macallan con otros ojos, es porque en mi retina y en mi cerebro quedó un recuerdo muy potente de esta experiencia. Me sobresalto solo de pensarlo y espero que con mi relato si estás dudando en adquirir alguna no te lo pienses porque te llevarás una parte de un lugar muy especial. Lugar al que espero volver, algún día. Mientras, siempre me quedará un Macallan en casa.
Nota de la autora: Me llevó 12 horas llegar hasta esta última foto: dos aviones (Madrid-Heathrow-Aberdeen) más un transfer por carretera (Aberdeen-Archiestown ) y una espectacular ruta en Bentley hasta Aberlour.
Los sitios poco accesibles esconden siempre maravillas. Y las botellas inalcanzables también.
Gracias al equipo de Beam Suntory por permitirnos contarlo.
Publicista de carrera, sumiller por azar y storyteller nata, en los últimos diez años responsable de la creación de la marca Bodeboca y su exitosa estrategia de contenidos. Hablo más que cato, pero si cato y me enamora una historia, no paro hasta lograr que tú también lo hagas.
Angel Teran 23 octubre, 2023 , 9:56 am
Magnífico y envidiado relato.M.gracias
Paula Hernández 23 octubre, 2023 , 10:27 am
Muchas gracias, Ángel
Isabel 23 octubre, 2023 , 1:38 pm
Impresionante, Paula.
Mi mente ha vuelto a The Macallan.. una maravilla.
Paula Hernández 27 octubre, 2023 , 2:10 pm
Muchas gracias compañera !