‘Grands Crus’ de España: los santuarios de los grandes vinos
España es una tierra de viñedos legendarios, donde siglos de historia y pasión se entrelazan para dar forma a algunos de los vinos más memorables del mundo. Pero más allá de las etiquetas y los nombres ilustres, existe una verdad esencial: la grandeza nace en el viñedo. En este recorrido exploraremos esas viñas emblemáticas que, gracias a su enclave privilegiado y tradición centenaria, han dado vida a joyas vinícolas que trascienden el tiempo y las modas, manteniendo vivo un legado de excelencia y autenticidad.

Detrás de cada leyenda vinícola hay una historia escrita en la tierra que la vio nacer. No es casualidad que los viñedos más notables de nuestro país se hayan convertido en auténticos santuarios del terruño, donde la naturaleza y el hombre han tejido una relación casi sagrada. Son lugares de peregrinaje que, si no se pueden visitar en persona, deben apreciarse a través de una copa. En ellos, el suelo habla, el clima susurra y la vid se amolda a sus designios.
No están todos los que son, pero sí son todos los que están. Los viñedos que hoy destacamos son paisajes vivos que atesoran siglos de saber hacer, paciencia y respeto por la tierra. Testigos silenciosos de la evolución de la viticultura, guardianes de variedades autóctonas y del arte de elaborar vinos atemporales.
Así pues, la grandeza de estos parajes no sólo radica en la calidad indiscutible de sus vinos, sino también en su capacidad para transmitir historias que emocionan. Historias de climas extremos, suelos complejos y manos que trabajan con mimo y dedicación. En ellos se refleja la diversidad de España: desde las laderas soleadas y calcáreas de Rioja hasta los suelos volcánicos y azotados por el viento de Lanzarote; pasando por las tierras fértiles y profundas de Ribera del Duero o los pizarrosos pagos escarpados que dieron origen a leyendas como L’Ermita. Todo ello sin olvidar la albariza y la influencia atlántica que hacen única la tradición de un lugar tan especial como Jerez.
Acompáñanos en este viaje al alma del vino español.

Viña Tondonia: la tierra que dio lugar al mito
No podríamos hablar de viñedos emblemáticos y no mencionar a una de las viñas más legendarias de Rioja, que, además, es una de las grandes guardianas de la tradición vinícola española. A orillas del Ebro, en un meandro en forma de península a las afueras de Haro, Viña Tondonia se extiende como una alfombra de cepas viejas.
Fundada en 1913 por Don Rafael López de Heredia, esta finca de algo más de 100 hectáreas es, todavía hoy, uno de los viñedos más icónicos de Rioja Alta, gracias, en parte, a su ubicación estratégica: el río suaviza las temperaturas extremas, protege de las heladas primaverales y crea un microclima singular, con brumas matinales y noches frescas que alargan la maduración.
La combinación de arcillas rojizas, gravas y canto rodado favorece un drenaje excelente y obliga a las raíces de la vid a profundizar en busca de agua y nutrientes. Esta tensión natural limita la producción y concentra la calidad en racimos pequeños, de piel gruesa y sabor intenso. Las clásicas Tempranillo, Garnacha, Graciano y Mazuelo, además de algo de Viura y Malvasía para los blancos, son plantadas en vaso y trabajadas de forma tradicional. Diamantes en bruto que, tras ser pulidos, conforman algunas de las joyas más emblemáticas del vino español.
Cada cepa se cultiva sin prisas ni intervenciones agresivas. No utilizan herbicidas y recurren al laboreo manual, respetando la forma de cada planta y favoreciendo su longevidad, porque, ojo, algunas superan el siglo de vida. De la poda a la vendimia, realizada parcela a parcela, todo se hace con grandísimo cuidado y atención.
Es importante añadir que Viña Tondonia no es homogénea, sino que se divide en pequeños parajes, cada uno con ligeras variaciones de altitud, exposición y composición del suelo, que aportan matices distintos. De esta diversidad surge la complejidad de sus vinos, que no buscan potencia, sino finura, frescura y longevidad.
Así, en una Rioja cada vez más enfocada en destacar sus viñedos singulares, Tondonia recuerda que el concepto de “viña icónica” no es nuevo. Hace poco más de cien años, esta finca ya demostraba que el secreto de un gran vino se encuentra en la tierra, y en la paciencia para entenderla. Hoy sigue siendo una lección viva de viticultura clásica. Un paisaje que enseña a mirar atrás para seguir avanzando en manos de la cuarta generación de una familia que ha escrito páginas en la historia del vino español.
Finca Ygay: emblema mundial del vino
Este viñedo singular, e histórico, fue plantado por primera vez en el año 1852. Es la joya de la corona del universo de Marqués de Murrieta. Se despliega alrededor de la ubicación de la bodega en el sur de Rioja Alta con la majestuosidad de sus 300 hectáreas cultivadas con el máximo respeto por el medioambiente, y con un absoluto control de los suelos, plantas y de todo el proceso en el campo y en la zona de elaboración para conseguir la excelencia que marca Castillo de Ygay, el vino emblema de la bodega. También ayuda, y mucho, el clima extraordinario y especial que atesora el enclave.
Finca Ygay está formada por 30 pagos, pero son 4 los se llevan la palma y la mayor de las famas: Pago La Plana (Castillo de Ygay), Pago Capellanía (Capellanía), Pago Canajas (Dalmau), Pago Lucas (Primer Rosé). En ellos se cultiva Tempranillo, Mazuelo, Graciano, Viura y Cabernet sauvignon. La altitud de la finca oscila entre los 350 y los 485 metros sobre el nivel del mar, predominando los suelos arcillo-calcáreos, aunque hay zonas con presencia de arcilla con mucho hierro y cantos rodados. Como puede verse, este proyecto único es uno de los mejores y selectos del mundo.

L’Ermita: el resurgimiento del Priorat
Este pequeño paraje de 1,44 hectáreas es uno de los artífices del lugar de privilegio del que disfruta Álvaro Palacios en el sector del vino español. En él se consolidó tras llegar desde La Rioja, y desde allí posicionó los vinos de Priorat entre los más prestigiosos de Europa con su mítico L’Ermita. Este viñedo de suelo pizarroso de llicorella con una veta de roca de arenisca que lo cruza en diagonal, se encuentra enclavado en la localidad tarraconense de Gratallops, en una fuerte pendiente con orientación norte a una altitud de entre 400 y 520 metros, lo que le evita fuertes insolaciones. La DOQ Priorat la tiene señalada con su máxima categorización, la de Gran Vinya Classificada.
Sus vides se plantaron entre los años 1910 y 1940, y en él vislumbramos las típicas variedades de la zona: Garnacha y Cariñena acompañadas de Pedro Ximénez, Garnacha blanca y Macabeo. Su estandarte es el priorat homónimo L’Ermita que en cada añada saca al mercado unos 2.000 botellas de pura magia y pasión.
Todo lo anterior, unido a sus bajos rendimientos y al hecho de que esté influenciado por un clima continental, hacen que L’Ermita conciba un tinto único que no sería igual en otro viñedo de la zona aunque se elaborara de la misma forma.
Macharnudo y Balbaína: el discreto encanto de la albariza
Si tuviéramos que señalar un Grand Cru en el pago de Jerez, este sería, sin duda, el famoso Pago Macharnudo. Su extensión es de unas 600 hectáreas y el suelo está compuesto por albariza pura. Con 135 metros sobre el nivel del mar, es uno de los pagos más altos de toda la zona, mientras que su orientación hacia el océano permite que la brisa marina aporte cierta frescura a los viñedos. Estos aspectos hacen de esta zona privilegiada un lugar ideal para elaborar vinos con una marcada mineralidad, con tensión y fuerza, pero también extremadamente equilibrados.
Hablando de la magia de la albariza, es obligatorio mencionar otro gran protagonista de la viticultura local: el Pago Balbaina. Situado a poca distancia del ya mencionado Macharnudo, Balbaína se encuentra entre Jerez de la Frontera y el Puerto de Santa María, dividiéndose respectivamente en Balbaína Alta, en el término municipal de Jerez, y Balbaína Baja, en el término municipal del Puerto.
Los vinos elaborados en estas dos zonas presentan algunas diferencias sutiles pero importantes, ya que los que proceden de la zona más septentrional tienen un carácter más estructurado y complejo, mientras que los de Balbaína Baja son famosos por su perfil más fresco y salino.

Valbuena: “Único” e inimitable
Vega Sicilia es toda una institución de la viticultura española, al igual que su viñedo ribereño, la famosa finca Valbuena, donde se cultivan las uvas destinadas a la elaboración de sus etiquetas más prestigiosas, como Único y el homónimo Valbuena 5º. Aquí, a una altitud comprendida entre 720 y 930 metros sobre el nivel del mar, en suelos predominantemente arcillosos y calcáreos, se cultiva mayoritariamente la preciada uva Tempranillo, reina indiscutible de los viñedos de la Ribera del Duero.
De las 210 hectáreas que componen toda la finca, 140 están destinadas al viñedo, con una edad media de unos 35 años. Entre las 52 parcelas que componen la propiedad, cabe destacar el viñedo histórico llamado Hontañón, compuesto por cepas plantadas en 1910, justo después de la plaga de filoxera del siglo anterior.
Todo el viñedo se cultiva con métodos sostenibles y técnicas ecológicas, sin utilizar ningún tipo de tratamiento químico para satisfacer las necesidades de un auténtico viñedo modelo. El resultado de este cuidado meticuloso y constante se refleja en la calidad de unos vinos emblemáticos que son codiciados por coleccionistas de todos los rincones del mundo.
La Diva: la superestrella de Dominio de Es
En el Olimpo de los viñedos del panorama vitivinícola español, es necesario mencionar La Diva, el Grand Cru de Dominio de Es que da nombre al vino homónimo. Esta pequeña viña de 0,3 hectáreas, situada en el paraje Valdegatiles en Atauta, fue descubierta por el viticultor francés Bertrand Sourdais en 1999, quien, intuyendo inmediatamente su potencial, decidió elaborar con estas antiguas cepas de Tinto fino y Albillo mayor su vino estrella.
Dada la singularidad de este viñedo, los rendimientos son extremadamente bajos, con cosechas de unos pocos cientos de kilogramos de uvas, dependiendo de las condiciones de la vendimia. El suelo de arena pura sobre roca calcárea ha permitido en el pasado a estas vides cepas defenderse de los ataques de la filoxera, y su ubicación a 950 metros sobre el nivel del mar, junto con una exposición este-norte, permite ofrecer vinos de carácter elegante, fresco y con gran concentración y finura.
En definitiva, hablamos de viñedo que es una auténtica rara avis que se suma al tesoro de la corona de los grandes pagos de Ribera del Duero, una región que, gracias a la excelencia de sus vinos, ha contribuido a difundir la viticultura española por todo el mundo.

El Rapolao: el viñedo compartido
Este es el viñedo más emblemático que existe en El Bierzo. Su máxima singularidad consiste en que es compartido por varios elaboradores y viticultores que compiten con sus vinos pero que, unidos, mantienen vivo y en su máxima plenitud esta maravilla de la naturaleza. Su ubicación es el término municipal de Valtuille de Abajo y allí se erige en una ladera orientada al poniente, por lo que la temperatura es un punto más fresca al recibir el sol de pleno cuando aún no está en su máximo apogeo. Su éxito, y el deseo que tienen los creadores de elaborar un vino nacido de sus uvas, es la búsqueda de la absoluta finura.
De El Rapolao ven la luz “Vinos de Paraje” que llevan su nombre en las etiquetas comerciales de viñadores como Raúl Pérez, José Antonio García, Luis y Jorge Peique, Víctor Núñez, Alfonso Carrascosa, Diego Magaña y César Márquez; o bodegas como Valtuille, Castro Ventosa, Michelini & Mufatto, Peique y Estévez. Este selecto grupo son los privilegiados que tienen algunas cepas en este lugar inigualable.
La Mencía es la reina del lugar, pero también se encuentran vides de Alicante bouschet (Garnacha tintorera), Estaladina, Merenzao y Sousón, que llevan ahí más de un siglo plantadas en vaso en sus 5,8 hectáreas de vides que se dividen en 37 parcelas.
La Geria: vides que brotan de la ceniza y el viento
Cerramos este recorrido con un paraje que parece de otro mundo. Espacio Natural Protegido y corazón de la Reserva de la Biosfera de Lanzarote, reconocida por la UNESCO en 1993. Un paisaje que merece ser contemplado en vivo, porque pocos territorios vitícolas resultan tan sorprendentes.
En el corazón de la isla de César Manrique, La Geria nos recuerda que existen paisajes únicos, antiguos y extraordinarios más allá de las regiones vinícolas “típicas” de España. Ante todo, simboliza lo colectivo: un viñedo compartido donde cientos de viticultores mantienen vivo un milagro agrícola que desafía el viento, la sequía y la lava. Aquí no hay grandes nombres ni etiquetas de culto, sino familias que, generación tras generación, insisten en extraer vida de la ceniza.
Su historia nace de la adversidad. Entre 1730 y 1736, una de las erupciones volcánicas más largas jamás registradas en Canarias sepultó campos, casas y pueblos bajo un manto de lava. Lo que antes fueron trigales y pastos fértiles quedaron convertidos en un paisaje negro y, aparentemente, estéril. Pero los campesinos lanzaroteños, obligados a reinventarse, descubrieron que bajo esa capa de ceniza —el famoso picón, una manta de pequeñas piedras volcánicas que retiene la humedad y protege la tierra de la evaporación— la vida aún era posible. Con azadas y paciencia, cavaron profundos hoyos hasta alcanzar suelo fértil, rodeando cada cepa con muros semicirculares de piedra, los zocos, para protegerlas del viento atlántico.

Hoy estos zocos han transformado el paisaje en algo casi lunar. Llegar aquí es como aterrizar en otro planeta. Un lugar único y privilegiado donde encontramos bodegas tan antiguas como El Grifo, que con sus 250 años es una de las más longevas de España. De hecho, este verano tuvimos la suerte de visitarla para celebrar su aniversario y entrevistar a Juan José Otamendi y Elisa Ludeña en nuestro podcast Sala de Cata. Un lujo como pocos.
Ellas, y muchas otras, demuestran que este sistema de resiliencia da lugar a vinos de clase mundial. Son custodios de este viñedo tan singular que es en sí mismo, la definición de diferencia: algo tan especial que merece toda nuestra admiración y cuidado. Hacen falta verdaderos guardianes para proteger un legado que roza ya los 300 años.Sobra decir que aquí no hay mecanización posible: todo se hace a mano, igual que hace tres siglos. Cavar, reconstruir muros, vendimiar cepa a cepa… cada gesto contribuye a conservar un patrimonio que es, ante todo, una lección viva de resistencia y esperanza. Más que un viñedo, La Geria es un monumento.
