Entrevista a Miguel Torres Maczassek, director general de Familia Torres

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Miguel Torres Maczassek (Barcelona, 1974) es desde septiembre de 2012 el director general de Familia Torres, una de las bodegas españolas más importantes y reconocidas a nivel mundial, con casi 150 años de historia. Hijo de Miguel A. Torres, actual presidente de la compañía, y Waltraud Maczassek, artista alemana, se licenció en Económicas y Empresariales por la Universidad ESADE de Barcelona y por la Escuela de Negocios Kennan Flager de Carolina del Norte (EE.UU), además de formarse en Enología por la Universidad Rovira i Virgili, en Tarragona. Ha trabajado en distintas multinacionales de gran consumo antes de incorporarse al negocio familiar, donde ha sido también director de la bodega Jean Leon (2001-2004), director de marketing de la empresa matriz (2004-2009) y presidente ejecutivo de la bodega Miguel Torres Chile (2009-2012). 

Representa a la quinta generación de la familia Torres. ¿Supone demasiada responsabilidad tener en sus manos el control de una empresa que ya fundó su tatarabuelo y que hoy en día da trabajo directo a 1.300 personas?

Nuestra bodega ha pasado por buenos momentos pero también por momentos muy difíciles, incluyendo guerras y todo tipo de crisis. Hoy en día parece un milagro que una bodega pueda llegar a los 150 años. Claro que es una responsabilidad, pero a la vez la vinculación con el mundo del vino es algo que hemos aprendido de pequeños y no nos viene de nuevo. Creo que la clave es que, aun habiendo mantenido la tradición, cada generación se ha sabido reinventar y no se ha dormido en los laureles. Mi bisabuelo empezó a destilar vinos para hacer brandy, mi abuelo empezó a embotellar vinos ya que veía que en Francia los grandes vinos se vendían embotellados y mi padre empezó a hacer vinos de viñas concretas como Mas La Plana. La innovación es una parte importante de lo que somos. Nuestra responsabilidad, como quinta generación, es transmitir este legado y dar continuidad a este proyecto familiar, especialmente en un mundo cambiante y ante el desafío que nos impone el cambio climático.

¿Cuáles son las mayores dificultades a la hora de dirigir una empresa familiar respecto a otra gran multinacional que no tiene ese componente de arraigo familiar?

Yo solo puedo hablar de lo que supone dirigir una empresa familiar, que es donde tengo experiencia. Estar al frente de un negocio familiar con casi 150 años y que lleva tu apellido te obliga a implicarte totalmente, a estar muy encima de todas las decisiones que se toman en cualquier ámbito de la empresa. Y hay que estar ahí, conocer el terreno, pisar los viñedos, catar los vinos para decidir los ‘coupages’, hablar con los clientes, etc. Nosotros tenemos la suerte de ser una familia relativamente pequeña que comparte una misma visión y es fácil ponernos de acuerdo, si bien a veces el camino que planteamos pueda ser diferente. También tenemos la suerte de contar con un excelente equipo de profesionales. Lo que está claro es que el hecho de ser una bodega familiar es clave para poder elaborar grandes vinos. El vino requiere tiempo y mucha paciencia y es importante poder pensar en el largo plazo, sin buscar una rentabilidad inmediata, y eso solo es posible teniendo una estructura familiar.

Antes de trabajar en el mundo del vino lo hizo en el de los perfumes como responsable de marca de Carolina Herrera New York. ¿Qué tienen en común ambos mundos?

Tienen mucho más en común de lo que inicialmente pueda parecer. Son dos mundos donde se crean productos basados en los sentidos y en las emociones, que toman forma a partir de una idea que se acaba materializando evocando una historia, un lugar y un sentimiento. El olfato, por ejemplo, es de los sentidos más potentes que tenemos, y si lo entrenamos podemos ser capaces de reconocer hasta 10.000 aromas distintos. Es el sentido más vinculado a los recuerdos, y por eso el mundo de los perfumes y el del vino son tan interesantes.

Miguel Torres Maczassek, quinta generación de la familia

Ha pasado por varios cargos dentro de Familia Torres, como director de distintas bodegas o responsable de marketing. ¿Cree que es fundamental conocer bien todas las empresas del grupo antes de alcanzar la máxima responsabilidad?

Yo creo que te da una visión 360 grados y mucha experiencia, ya que son realidades diferentes las que puedes encontrarte en las distintas bodegas. Cuando me incorporé al negocio familiar en 2001 empecé dirigiendo la bodega Jean Leon, una bodega boutique que había fundado el cántabro Jean Leon a principios de los sesenta y que se la había vendido a mi padre en 1994, y lideré la construcción del centro de visitas para impulsar el enoturismo. Luego, en 2004, me puse al frente del departamento de marketing de las bodegas de Familia Torres, donde me encargué de desarrollar la estrategia con lanzamientos como Celeste o Salmos. La etapa más enriquecedora fue cuando estuve al frente de la bodega chilena, de finales de 2009 al 2012, tanto a nivel profesional – ya que definí la estrategia futura de la bodega apostando por la sostenibilidad, la viticultura orgánica y los vinos de gama alta-, como también a nivel personal, porque viví el terremoto de 2010 y porque dos de mis hijos nacieron ahí. 

¿Cómo vivió esa situación y a qué problemas tuvieron que enfrentarse al respecto?

La verdad es que me siento muy vinculado a Chile emocionalmente. Mi padre inició el proyecto en 1979, ahora hace 40 años, y yo fui a vivir allí con mi familia a finales de 2009 para hacerme cargo de la bodega. El terremoto, que por suerte solo causó daños materiales donde estábamos nosotros, nos unió mucho a la gente de ahí, porque todos juntos reconstruimos casas de los trabajadores y se creó un sentimiento muy fuerte de comunidad. Después de aquello, y viendo cómo nos ayudamos los unos a los otros, decidí impulsar la certificación Fair Trade (comercio justo) para garantizar que a los viticultores se les pagara la uva a un precio justo y se aportaran ayudas para proyectos de la comunidad. También contribuimos a recuperar la variedad ‘País’, la más antigua de Chile, que llegó al país hace más de 400 años. En ese momento estaba muy poco valorada y destinada al olvido, pero nosotros apostamos por ella para hacer vinos de calidad y hoy se han recuperado muchos viñedos antiguos, preservando el patrimonio.

Hablemos de sus padres. ¿Cuáles han sido las enseñanzas más importantes que ha aprendido de ellos, especialmente de su padre como hombre de negocios y enamorado del vino?

Mi padre nos ha enseñado a amar la viña y a respetar la tierra, y a ser perseverantes, a no parar nunca de esforzarnos. Ha sido un gran visionario, él marcó el rumbo que tenía que seguir nuestra bodega con vinos procedentes de viñedos concretos como Mas La Plana y Milmanda. Nosotros seguimos su estela focalizándonos ahora en elaboraciones de vinos de pequeñas producciones, de viñedos singulares o fincas con historia, y en la recuperación de variedades ancestrales, un proyecto que inició mi padre. También recuerdo de mi abuelo una frase que mi padre ha repetido muchas veces, que decía que para vender vino hay tener tres cosas: un buen producto, hablar idiomas y coger la maleta, es decir viajar para visitar los mercados y los clientes. Es algo que siempre hemos tenido muy claro en la familia.

Por otra parte, gracias a la figura de su madre tienen un gusto especial por el mundo del arte. ¿Cree que esa sensibilidad artística les ayuda a la hora de hacer mejores vinos?

En cierto modo, sí. En el mundo del vino, como decía antes, intervienen los sentidos y las emociones. Y si tienes una sensibilidad artística y creativa, está claro que ayuda, pero hay que tener sobre todo una buena base técnica y experiencia y una buena viña para poder hacer grandes vinos. Nosotros siempre decimos que los grandes vinos nacen en el viñedo, en la bodega lo único que tenemos que hacer es no estropear lo que nos da la naturaleza. 

Miguel Torres, director general de Familia Torres

El año que viene se cumplirán 150 años de la fundación de la empresa. ¿Qué acciones tienen previstas para conmemorar esta fecha?

Parece increíble que estemos a punto de cumplir 150 años y nos hace muchísima ilusión celebrarlo. Haremos varias presentaciones, pero el acto central será una cena de gala con clientes, distribuidores y amigos en nuestra bodega en el Penedès, en el histórico edificio que construyeron mis tatarabuelos justo al lado de la estación y que fue el origen de todo lo que somos hoy.

Además de en Cataluña, de donde son originarios, y de su expansión internacional por Chile y Estados Unidos, también elaboran vino en Ribera del Duero, Rioja, Rías Baixas o Rueda. ¿Tienen prevista una expansión a otras regiones vitivinícolas de España o del resto de Europa?

En Catalunya, además del Penedès, tenemos presencia desde hace muchos años en el Priorat, Conca de Barberà y Costers del Segre. A mediados de los 2000 quisimos también empezar a conocer los viñedos y elaborar vino en otras zonas, las principales regiones vitivinícolas españolas. Llegamos con la intención de aprender y conocer el territorio, los viñedos, trabajando con viticultores de la zona. En los últimos años hemos empezado a comprar viña para crear vinos que hablen realmente de este territorio que ahora ya conocemos bien, como estamos haciendo también en Catalunya. Tenemos proyectos como Las Pisadas, de la bodega La Carbonera en Rioja, o Celeste Reserva de Pago del Cielo en Ribera del Duero, o Camino de Magarín de la Bodega Magarín en Rueda. En Rías Baixas construimos el año pasado una pequeña bodega en el Pazo Torre Penelas, en la que estamos experimentando con vinificaciones en huevos de granito. Son proyectos en los que también intento estar muy encima, aunque son más independientes que los de Catalunya, pero también requieren mucha implicación. Por ahora, nuestro objetivo es consolidar todos estos proyectos y no veo la necesidad de salir a otras zonas.

Torres, junto a Vega Sicilia, es una de las poquísimas marcas de vino españolas reconocidas en todo el mundo. ¿Por qué cree que es tan difícil para otras bodegas españolas que su marca supere a la de las denominaciones de origen, tan cuestionadas en la actualidad?

En España hay muchas bodegas que hacen muy bien las cosas, pero es verdad que el sector está muy atomizado y cuesta tener visibilidad. Lo que hemos logrado nosotros no se construye de la noche a la mañana, son muchos años de trabajo y esfuerzo. (Alprazolam) Nacimos con vocación exportadora, pero fue sobre todo gracias a mi abuelo que la marca se dio a conocer por todo el mundo. Era un vendedor nato, siempre iba con la botella bajo el brazo. Durante la Segunda Guerra Mundial, el vino español era un gran desconocido fuera de España. Pues él vio la oportunidad de exportarlo a mercados como Estados Unidos indicando en la etiqueta ‘Spanish Burgundy’, por ejemplo, en referencia al estilo de vino francés, que es el que tenía el consumidor en la cabeza. Luego mi padre consiguió poner el Penedès en el mapa, cuando Mas La Plana venció a los grandes Cabernet sauvignon del mundo en las célebres Olimpiadas del Vino de París en 1979. Hoy han cambiado mucho las cosas y tenemos la suerte de poder elaborar vinos con variedades autóctonas que expresen nuestros terruños y la gente nos escucha. Creo que en nuestro caso tiene un peso importante este legado, el posicionamiento que hemos ido construyendo a lo largo de los años y también los valores que tenemos muy arraigados como bodega y que conectan con las personas a las que les gusta el vino.

Como director general de una de las bodegas españolas más prestigiosas en el extranjero, ¿cuál cree que es el camino para mejorar el posicionamiento del vino español fuera de nuestras fronteras?

España tiene un gran potencial enológico, se están haciendo buenos vinos y están surgiendo proyectos muy interesantes, pero está claro que quedan cosas por hacer. La percepción del vino español ha mejorado durante las últimas décadas, pero falta abordar conjuntamente el incremento de valor de una categoría como España, apostando por propuestas de valor que surjan del viñedo. Es necesario un esfuerzo colectivo desde todos los ámbitos para conseguir una mayor percepción de valor de nuestra cultura en general en el mundo. El número de restaurantes españoles en el extranjero es muy bajo en comparación con Italia o Francia y cada restaurante es una embajada de los productos de su país. La alta gastronomía y el reconocimiento internacional de muchos de nuestros chefs nos está ayudando, pero deberíamos conseguir que llegara a más personas.

También debemos hacer un esfuerzo para adaptarnos al cambio climático y ayudar a mitigar sus efectos reduciendo nuestras emisiones, porque vivimos de la tierra. Pienso que España tiene una oportunidad histórica para liderar este cambio.

Miguel Torres catando uno de los vinos de la familia

Cambiando de tema, son una de las bodegas abanderadas en la lucha contra el cambio climático. ¿Cuál cree que son sus grandes legados en este aspecto y cuáles son sus próximos retos al respecto?

En 2008 ya fuimos conscientes del cambio climático y de las consecuencias que podría acarrear para la viticultura. Intensificamos nuestro compromiso medioambiental y nos fijamos el ambicioso objetivo de reducir un 30% nuestras emisiones de CO2 por botella en todo su alcance, desde la viña al consumidor, del 2008 al 2020. En 2018 conseguimos reducir las emisiones en un 27,6% gracias, sobre todo, al uso de energías renovables, biomasa, medidas de eficiencia energética, plantación de bosques y transporte ecoeficiente. Nos hemos fijado un nuevo objetivo para 2030 que es reducir en un 50% nuestra huella de carbono. Sentimos que es nuestra obligación en tanto que somos gente que vivimos de la tierra, ya que de ello también depende la calidad de nuestros vinos. Por eso intentamos influenciar a otras empresas del sector y a nuestros proveedores para que ellos también reduzcan sus emisiones. Hemos impulsado hace poco, junto a Jackson Family Wines de California, la creación de un grupo de bodegas internacional, las Wineries for Climate Action, para aglutinar las empresas con un compromiso real de lucha contra el cambio climático y poder conseguir la descarbonización del sector.

Qué aspectos diferencia una vendimia de Torres de una vendimia estándar teniendo en cuenta su filosofía respetuosa con el medioambiente.

La campaña la iniciamos a finales de agosto en el Penedès y también la terminamos aquí a mediados de octubre, con las variedades Forcada y Moneu, que cosechamos a mano. Son dos variedades ancestrales que hemos recuperado, de ciclo largo y que conservan muy bien la acidez, lo que las hace especialmente interesante de cara al cambio climático. Nuestras vendimias se alargan mucho ya que tenemos viñedos en muchas zonas distintas y diferentes tipos de variedades, que maduran cada una a su ritmo. En el Priorat, por ejemplo, empezamos a principios de septiembre con los viñedos jóvenes de la zona más cálida, la del Lloar, y también terminamos a mediados de octubre cosechando Mas de la Rosa, un pequeño viñedo de más de 80 años plantado en vaso tradicional y en costers, en un paraje recóndito en la zona de Porrera.

Para terminar, sugiéranos tres vinos: el vino al que le tenga más cariño, el que recomendaría para empezar a conocer el universo Torres y el que elegiría para una ocasión especial. 

Es una pregunta difícil, porque todos los vinos que hacemos tienen algo que los hace especiales. La elección depende del momento, de la compañía, del estado de ánimo, aunque es cierto que hay vinos con los que estableces vínculos emocionales, ya sea porque te recuerdan algún momento importante de tu vida o porque es un proyecto en el que te has implicado personalmente. Podría elegir, por ejemplo, Estelado, un vino espumoso que elaboramos en Chile al que tengo mucho cariño porque fue el primero que elaboramos con la variedad País, la más antigua de Chile, y con ello contribuimos a revalorizarla. También Purgatori, que te muestra qué es Familia Torres hoy en día, ya que es un vino con variedades autóctonas que elaboramos en Costers de Segre, en un viñedo que, cuando lo visité al regresar de Chile, tuve muy claro que había que hacer un vino de ese lugar. Y propondría Mas de la Rosa para una ocasión especial, porque cada sorbo es capaz de transportarme mentalmente a ese paisaje espectacular. Pero también podría hablar de los vinos que todavía están por salir, los elaborados con las variedades ancestrales Forcada o Moneu, dos verdaderas joyas enológicas.