Oenostesia: la magia del sonido entre viñedo, cata y bodega
Cuando degustamos un vino casi siempre nos fijamos en su color y en lo que percibimos en nariz y boca, pero aunque no lo sepamos, el sentido del oído y la propias frecuencias del sonido también desempeñan un papel muy importante.
En los últimos años, tanto profesionales como aficionados han comenzado a explorar cómo el sonido, especialmente la música, puede influir en diferentes fases del proceso vitivinícola, desde el viñedo hasta la copa. A este enfoque sensorial ampliado se le ha dado un nombre poco común pero evocador: oenostesia. Este término proviene de la unión de “oeno” (vino) y “aesthesis” (percepción sensorial). En pocas palabras, se trata de abrir la experiencia del vino a más sentidos de los habituales (no solo vista, olfato y gusto). La música, en este contexto, influye de manera decisiva en la percepción de un vino y también puede afectar a su elaboración.
Investigadores como el neurocientífico Charles Spence (Universidad de Oxford), han demostrado que los sonidos, especialmente la música, pueden modificar la percepción gustativa. Quizás sea difícil de creer, pero parece que ciertos tonos agudos pueden acentuar sensaciones de acidez o frescura, mientras que los tonos graves tienden a enfatizar dulzura o cuerpo.
Música en el viñedo: ¿mito o marketing?
Aunque la idea de viñedos “musicalizados” parezca curiosa, existen casos reales en Europa, Asia y América Latina donde se ha implementado el uso sistemático de música entre los viñedos. El objetivo varía según el productor pero, en general, se busca estimular el crecimiento vegetal, mejorar la resistencia de la vid al estrés y acompañar los procesos de maduración. Más allá de lo científico, muchos viticultores que incorporan música en el viñedo reconocen que trabajar con música mejora el ánimo del equipo, reduce el estrés y crea también un vínculo emocional con el viñedo y la tierra.
¿Y durante la vinificación y crianza?
El proceso de fermentación alcohólica y maloláctica es altamente sensible a factores ambientales: temperatura, oxigenación, movimiento… y según algunos enólogos, también al sonido.
En Francia, Austria o Argentina se han probado melodías suaves durante la fermentación y se ha observado que las fermentaciones son más lentas y estables al acompañarla con música instrumental downtempo.
Un estudio muy exhaustivo sobre este tema es el de la enóloga española Júlia Vásquez Bilbao, quien en su tesis publicada por la Universidad de Valladolid titulada «Investigación experimental del efecto de sonidos audibles en el comportamiento de Saccharomyces cerevisiae» analiza de forma científica el comportamiento de las levaduras en presencia de una serie de estímulos sonoros. El resultado de este estudio experimental es muy interesante, ya que se observa un aumento significativo de la actividad de las levaduras cuando se exponen a determinadas frecuencias sonoras.
Durante la crianza, el uso de música en salas de barricas tiene un fin más atmosférico que técnico. Algunas bodegas utilizan música ambiental continua como parte de una estrategia de reducción de ruido y la creación de un ambiente agradable y acogedor.

Catas inmersivas
La fase donde el impacto de la música es más evidente es la degustación. Diversos experimentos han demostrado que la música clásica con cuerdas suaves puede hacer que un vino tinto se perciba más elegante o estructurado; la música electrónica puede realzar notas cítricas o florales en vinos blancos y las melodías melancólicas pueden aumentar la sensación de astringencia o amargor.
He hecho un experimento casero para comprobar la veracidad de estas afirmaciones y debo admitir que estoy de acuerdo con ellas. Sin embargo, si queréis hacerlo en compañía de amigos, os aconsejo que no reveléis los resultados descritos en este artículo, ya que corréis el riesgo de influir en el resultado (¡y me temo que ese ha sido precisamente mi caso!).
Esto no significa que exista una música “correcta” para cada vino, sino que los estímulos auditivos pueden condicionar la interpretación del perfil organoléptico.
Ejemplos
En restaurantes y catas privadas, este enfoque se está integrando cada vez más como parte de la experiencia del consumidor. Incluso se diseñan listas de reproducción adaptadas a vinos concretos como parte de la narrativa de marca o de la experiencia sensorial propuesta.
Julia Casado, enóloga y música, compone piezas específicas para sus vinos. Su proyecto en Murcia integra música en todas las etapas de la producción, desde el campo hasta la etiqueta.
La bodega Apollonis de Michel Loriot (Champagne, Francia) utiliza música clásica en su viñedo desde hace más de 20 años con altavoces distribuidos entre las vides y un enfoque biodinámico que vincula armonía sonora con salud vegetal.
En Chile, Viña Casas del Bosque ha desarrollado catas sensoriales con acompañamiento musical, alineadas con el perfil aromático de sus vinos.
Aquí en España también caben destacar las iniciativas de la Familia Torres, que ofrece en el restaurante El Celleret, ubicado en la Finca Mas la Plana, una experiencia sensorial inmersiva con catas y cenas acompañadas por una programación de música en vivo.
En definitiva, la oenostesia nos recuerda que el vino no es solo un proceso químico o una tradición ancestral, sino una cultura y una experiencia muy dinámica y en continua evolución. La música, con su poder universal, puede favorecer los procesos de vinificación y ayudarnos a disfrutar de una buena copa. Pero cuidado, es fundamental elegir la melodía adecuada, y esto vale tanto para las levaduras como para nosotros, los humanos.
Italiano del sur, enamorado de Madrid y por supuesto de los vinos españoles. Entusiasta redactor de contenidos en el equipo de Bodeboca. Licenciado en Bellas Artes en Roma y apasionado lector, me encantan los cómics, los picoteos, los vinilos de música jazz y exótica. Después de obtener la calificación Nivel 3 del WSET he decidido dedicarme al mundo del vino siempre en busca de nuevos horizontes.