La nueva era de los vinos argentinos
El país del tango, el asado y el psicoanálisis se sacude sus tópicos también en lo que a nuestra bebida favorita se refiere. Y es que los vinos argentinos viven un auténtico revival. Este cambio de estilo identitario hilvanó el I Salón de Vinos de Argentina celebrado este otoño en Madrid. La cita congregó a 36 bodegas con nombres tan conocidos como Catena Zapata, El Enemigo, Cheval des Andes, Durigutti, Zuccardi, Michelini i Mufatto o Ribera del Cuarzo.
Argentina ya no es solo Malbec. Durante décadas la variedad de origen francés parecía haber fagocitado la esencia vinícola del país andino. “Hace 25 años lo que yo sabía de vinos argentinos era Malbec, Mendoza, Catena Zapata y poco más”, reconocía Luis Gutiérrez, crítico de The Wine Advocate al presentar La nueva Argentina, una de las mesas redondas programadas en el encuentro.
“Si tengo que resumir diría que desde 2013 se ha pasado de hablar solamente de varietales a hablar de sitios. Los vinos han pasado a tener nombres y apellidos. Se habla de altitud y de suelos. Ya no todo es Malbec”, argumentó Gutiérrez para empezar a situar el cambio de mentalidad acontecido en los mismos elaboradores.
Porque sí, como reconoció Sebastián Zuccardi (Piedra Infinita-Zuccardi) “lo interesante de ese cambio es que no llegó del mercado, sino de los que hacemos el vino”. El enólogo señaló al respecto nada menos que cinco revoluciones acontecidas, claves para entender el estado actual del sector en el país: la de los lugares, las que atañen a los límites, los estilos, los blancos y la guarda.
“La revolución de los lugares nos obligó a aumentar nuestro nivel de conocimiento”, admitió, señalando al valle de Uco como la zona de referencia por excelencia, la meca de esa nueva Argentina vinícola. Este enclave al sur de Mendoza, rodeado por la cordillera de los Andes, acoge viñedos ya míticos como Gualtallary, a altitudes de hasta 1400 metros sobre el nivel del mar y antiquísimos suelos aluvionales. Un auténtico desierto en altitud en el que al año llueve menos que en Castilla La Mancha, como apuntó Adrianna Catena, otra de las ponentes.

“Todo comenzó cuando se empezó a exportar. Fue clave. La apertura de los enólogos a poder viajar fuera les abrió la cabeza”, dándose cuenta de “la importancia del paisaje, y que el lugar es también hablar de personas”, defendió por su parte el tercer participante en la mesa redonda, Pablo Durigutti. El propietario de Durigutti Family Winemakers volvió a incidir en “el lugar por encima de los varietales , los varietales se mueven, pero lugares ―como Luján de Cuyo, Las Compuertas, la parte más alta, precordillera a 1.100 metros sobre el nivel del mar con la mayor concentración de los viñedos más viejos de la zona―, se quedan”.
Y con los lugares, los límites también han ido ampliándose. A juicio de Zuccardi, “cada vez se cultiva más al norte, más al sur, más alto y más cerca del mar”, con el consiguiente cambio de estilo en las elaboraciones. La concentración y el exceso de madera ceden protagonismo en favor de una mayor frescura, cualidad frutal, vivacidad y tensión. Un viraje que encuentra su eco en la búsqueda e incremento de la longevidad, inversamente proporcional a la reducción de la extracción y la madurez.
Ahí es donde además puede situarse el resurgir de los blancos argentinos ―»olvidamos que podíamos elaborarlos», concedió Zuccardi―. En este regreso al foco ha resultado fundamental el redescubrimiento de variedades como la Sémillon, casta con un potencial enorme capaz de propiciar “vinos de un perfil que puede envejecer como los riojas blancos a lo Tondonia”, apuntó Catena.
Diversidad, creatividad y libertad
Pero el vino del país no se circunscribe únicamente a Mendoza. “Argentina es muy extensa, empieza en un trópico y sigue en un lugar extremo como los Andes, con el segundo cordón más alto del mundo, después del Everest”, puso de relieve Andrés Vignoni (Raquis), último integrante de la charla, para remarcar que tal diversidad no ha hecho más que propiciar nuevos sitios de cultivo en una auténtica expansión de norte a sur, “con una variedad de suelos y climas brutales”.
Es en este sentido, donde “Argentina empieza a encontrar distintas identidades, lo que es muy estimulante, ya que estamos descubriendo muchas cosas. Hay una ampliación de la frontera más allá de los lugares habituales, más allá de Mendoza. Hoy, incluso se planta en lugares vírgenes de la propia Mendoza, permitiendo obtener distintas expresiones del Malbec. La historia no está escrita del todo”. declaró.
Es en este punto donde cobra relevancia la libertad creativa. “En Argentina, tú puedes plantar donde quieras, no hay regulación al respecto”, recordó Gutiérrez.
“Que no haya reglas es algo muy bueno. Nos ha llevado a explotar técnicamente porque nadie quiere hacer lo que ya está haciendo el vecino. A esta libertad ha ayudado la cooperación entre productores. Todos estos son pequeños detalles, pero para la cultura del vino argentino hace la diferenciación”, zanjó Vignoni.
Para Adrianna Catena, miembro de la bodega familiar y cofundadora, junto a Alejandro Vigil, Aleanna y su gama top El Enemigo, el continuo intercambio, esa libertad y el gran potencial de creatividad definen ahora el devenir del panorama argentino. “La real tragedia del mundo del vino es la pérdida de conocimiento. Además, el mundo del vino es bastante colonial y siendo del Nuevo Mundo es todo más difícil, pero hoy estamos en otro lugar. Hoy tenemos libertad, creatividad, y Mendoza está particularmente abierto a todo eso. Podemos plantar lo que queramos. Es la revolución artesana. Siento que Argentina es, a la misma vez, Nuevo y Viejo Mundo, un lugar de mucha libertad y conocimiento. El futuro es superemocionante”.
*Foto de cabecera: viñedo Adrianna de Catena Zapata en Gualtallary, valle de Uco, a una altitud de 1.450 metros sobre el nivel del mar.
*Foto de la mesa redonda La nueva Argentina: Mariana Moura.
Madrileña de Aluche de cuna y militancia, licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y, desde noviembre de 2019, miembro del equipo de Contenidos de Bodeboca. La mayor parte de mi trayectoria laboral ha estado ligada a la información local de mi ciudad en prensa escrita y radio. La casualidad (¿o causalidad?) hizo que cambiara ruedas de prensa, plenos municipales y visitas de obras por historias de bodegas, variedades de uvas y notas de cata con palabras mágicas como sotobosque. Viajar, el mar con los míos, los días soleados, perder la noción del tiempo en un museo y las canciones de siempre de Calamaro, U2 o Bruce Springsteen, son algunas de mis cosas favoritas. Y, por supuesto, si se dan acompañadas de vino, la perfección.
