Madeiras exclusivos

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¿Has probado alguna vez un madeira? ¿Quieres sentirte por un momento como aquellos personajes del cine antiguo que lo tomaban en los mejores clubes londinenses? ¿Te ves sentado en una mesa de un café o taberna del Chiado lisboeta degustando uno? Seguro que sí, aunque seas de esos a los que lo único que les suene de la isla portuguesa sea CR7.

Para enamorarse de algo hay que conocer bien su historia, y la del vino de Madeira, y su más conocido producto, el madeira fortificado, tiene muchas similitudes a la del Marco de Jerez, con las compañías británicas como grandes protagonistas e ideólogas de la fortificación del vino para evitar que se picase durante los largos trayectos en barco.  

Nos encontramos en plena Era de la Exploración, también conocida como de los Descubrimientos, cuando Madeira se había convertido en un puerto de escala hacia América en el que cargar varios productos, entre ellos vino. En esas travesías, se descubrió, gracias al azar, que cuando los vinos sufrían una subida muy acusada de la temperatura (hasta los 50 ºC, tal era el calor en el interior de esas cáscaras de nuez que surcaban “la mar océana”), se transformaba su sabor de una manera absoluta. (Si alguien quiere hacerse una idea de estas condiciones de calor extremo, que se suba a las réplicas de las tres carabelas castellanas al mando de Cristóbal Colón que pueden visitarse en Palos de la Frontera, Huelva)

Esta absoluta metamorfosis viene provocada por un proceso químico llamado estufagem por el que cuando los vinos se calientan hasta los 50 ºC, se oxidan. Posiblemente en las bodegas de estos barcos insalubres la temperatura fuera aún mayor. La solución llegó con la fortificación de los vinos con alcohol para aumentar su grado y evitar el deterioro durante los viajes. Gracias a esto, tenemos la ocasión de disfrutar de jereces, oportos y madeiras entre otros muchos vinos generosos. 

Los vinos de Madeira tuvieron gran prestigio desde el siglo XVII pero es en la época victoriana cuando se hicieron un gran hueco en la mesa de la alta sociedad británica, que los ambicionaba con auténtica avidez junto con los vinos de Jerez y los oportos. Al final de esta época cae su demanda, y es en 1933 cuando entran en acción los Broadbent. Michael Broadbent MW y su esposa se dedicaron a comprar botellas de los mejores madeiras para después venderlas en Reino Unido y Estados Unidos. Los Broadbent se consagraron como los reintroductores de estos vinos en los mejores salones de ambos países.  

Michael Broadbent MW

En la actualidad, es el hijo de ambos, Bartholomew, quien se ha hecho con los mandos de la nave y desde los Estados Unidos exporta sus madeiras a medio mundo. Vinos de prestigio que cuentan con la admiración de Wine Spectator y los puntos Parker de The Wine Advocate. Vinos elaborados siguiendo la tradición, donde el envejecimiento por el sistema de soleras es primordial y los años de añejamiento se mueven entre los 5 y los 10, como mínimo. Vinos creados a partir de variedades como Negramoll, Verdejo, Malvasía y Sercial, las típicas de una isla de suelos volcánicos plena de belleza y de vinos esenciales para un buen aficionado. 

Si aún no has descubierto el universo de los vinos fortificados de Madeira no debes esperar más, es el momento de hacerlo de la mano de Broadbent.

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Licenciado en Ciencias de la Información en su rama de Periodismo por la Universidad Complutense, de Madrid y formando parte del equipazo de Bodeboca desde la primavera de 2018. Aparte de encantarme los vinos y los destilados, soy un viajero apasionado al que le gustan mucho el humor, la radio, el fútbol, la historia, el arte, la buena música, la criminología y la literatura. En los últimos tiempos he descubierto la paz en las plantas y la generosidad en los perros: se rumorea que estoy madurando. Ah, y como solamente se vive una vez, mi filosofía vital se encuentra a medio camino entre el hedonismo y el epicureísmo.