3 días en la Ribeira Sacra

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Desde que formo parte profesionalmente del mundo del vino*, deseaba visitar una región vinícola muy especial. Podéis pensar que quien se dedica a escribir todos los días sobre viñedos y vinos singulares, anhela volar hasta la californiana Napa Valley, perderse por la lejana Australia, explorar los exóticos vinos sudafricanos, o hacer un salto hasta los mejores tintos de Chile o Argentina. Pero no, esta región que yo tenía tantas ganas de pisar está mucho más cerca, a solo 5 horas en coche desde Madrid: se trata de la Ribeira Sacra.

 

Para los que estamos familiarizados (ya sea profesionalmente o no) con el mundo del vino, la Ribeira Sacra es bien conocida por ser cuna de vinos por lo general de gama alta y por unos viñedos que quitan el hipo por su inclinación (¡y es que llegan a alcanzar el 85% de pendiente!). Sin embargo, mi sorpresa es que entre familiares y amigos alejados del entorno vinícola, este era un rincón del que poco o nada habían oído hablar.

Con el fin de poner mi granito de arena ante el desconocimiento que todavía tiene esta comarca fronteriza entre las provincias de Lugo y Ourense, y con la experiencia todavía fresca, os contaré mi estancia en ella durante el pasado Puente de San José a fin de que podáis también utilizarla como guía de viaje. Espero que después de mi narración, inoculéis el veneno de visitarla que yo incubé durante los últimos cuatro años.

 

Monforte de Lemos, capital de la Ribeira Sacra.

Aunque no es Roma (¡quién lo diría por la cantidad de vestigios romanos que tiene!) a la Ribeira Sacra se llega por varios caminos. Las dos puertas de entrada más habituales son Ourense y Monforte de Lemos. El primero es el núcleo de población más grande situado a menos de 100 kilómetros, mientras que el segundo ejerce de capital oficial de la comarca de la Ribeira Sacra con un Centro del Vino ubicado en la sede de la misma Denominación de Origen. En mi caso, Ourense fue la puerta de entrada mientras que Monforte fue la de salida, pero el orden no creo que altere el resultado de la experiencia.

En la capital ourensana merece la pena rodear las inmediaciones de la Plaza Mayor haciendo parada en la Catedral de San Martiño, en la Iglesia de Santa Eufemia o en la de María Nai. Recorrer sus recoletas plazas, como la de la Madalena, la de do Trigo, la de San Martiño o la de Eugenio Montes; y contemplar la vida comercial de la ciudad atravesando la Rúa do Paseo. Pero si de algo presume Ourense es de ser ciudad termal. Dejáos caer por la Plaza de As Burgas o recorred el paseo fluvial junto al Miño tras atravesar el Puente Romano para contemplar gentes bañándose en plena calle aprovechando las cualidades de sus pozas termales. Las Termas de Chavasqueira o las de Outariz son algunas de las más famosas, pero no las únicas.

Termas de Chavasqueira, Ourense.

Una vez dejada la civilización atrás, conviene dirigirse a la Ribeira Sacra a través la OU-536. Poco a poco, una carretera de cuatro carriles va dando paso a una pista más modesta, alejada de las comodidades de cualquier ciudad pero también de sus ruidos. Una urbanización de casitas adosadas da paso a un entorno mucho más añejo y boscoso. Es entonces cuando la carretera empieza a picar hacia arriba y las marcas viales del asfalto desaparecen. Atravesamos Luintra, la capital del Concello de Nogueira de Ramuín, uno de los más importantes de la Ribeira Sacra, y tras un boscoso trayecto, nos topamos ante nuestro primer destino sacro: el imponente Monasterio de Santo Estevo, convertido desde 2004 en Parador Nacional de Turismo.

El de Santo Estevo es uno de los 18 monasterios que se alzan en la Ribeira Sacra. Pero no es uno más. Se trata, sin lugar a dudas, del más icónico, solemne e impresionante de la región. Al bajarnos del coche, nos sorprende un olor a hoguera y un silencio sepulcral, sólo alborotado por el piar de los pájaros. Dentro, 3 claustros perfectamente conservados, una iglesia, un cementerio y varias residencias monacales (hoy convertidas en habitaciones) hacen idea de la importancia del lugar, que durante años fue uno de los monasterios más notables de Galicia. Si las circunstancias lo permiten, recomendamos alojarse dentro de sus paredes. No se duerme en todos los días en un monasterio con doce siglos de historia.

Claustro principal del Monasterio de Santo Estevo.

Al día siguiente, una espesa niebla nos despierta preocupados, ya que nos impedía ver la gran joya fluvial de la Ribeira Sacra: el río Sil. El Sil no es el único río de la comarca, pero sí el que da lugar a los cañones más impresionantes, que se pueden contemplar desde miradores ubicados en la orilla orensana como el de Cabezoás o el de los Balcones de Madrid, joyas para los amantes de la fotografía y usuarios de Instagram. Para alegría de nuestros smartphones, cuando llega el mediodía, el sol le ha ganado ya la batalla a la niebla y el cañón se deja ver imponente.

Tras las fotos de rigor (palo de selfie en mano), llega el momento de observar los cañones del Sil desde 500 metros más abajo, es decir, desde el mismo río. Para ello es imprescindible concertar reserva con alguno de los operadores que hacen la ruta de 15 kilómetros que separan el Embarcadero de Santo Estevo de Abeleda. Durante el trayecto, Elda, nuestra guía, nos cuenta que los cañones se formaron hace dos millones de años, y que ellos son los responsables de que, pese a encontrarnos en Galicia, disfrutemos de un microclima de carácter mediterráneo, con menos lluvia, más horas de sol y temperaturas ligeramente superiores a las del resto de la Comunidad Autónoma. Por cierto, ¿Sabíais que el Sil fue considerado el río más salmonero de Europa? Hoy, las carpas y las truchas son las especies más comunes, pero antiguamente, los salmones, junto con las lampreas y las anguilas eran las piezas más pescadas en sus aguas.

Cañones del río Sil.

Por la tarde, nos dirigimos a la parte noroeste de la Ribeira Sacra. Para ello atravesamos el Sil en coche para internarnos en la parte lucense de la D.O. Cruzamos la capital del Concello de Pantón, Ferreira de Pantón, donde se encuentra el único lugar habitado en la actualidad por una orden religiosa: el Monasterio Cistercience del Divino Salvador.

Cruzando aldeas observo pequeñas “pezas” que por unos instantes me remiten a la parcelaria Borgoña. Pienso en la similitud de ambas zonas, y inevitablemente también en el prestigio y reconocimiento internacional que seguramente tendría la Ribeira Sacra si perteneciese a algún otro país del Viejo Mundo vinícola.

Llegamos hasta el mirador del Cabo do Mundo para contemplar otra de las estampas más fotogénicas de la Ribeira Sacra. Aquí es el Miño y no el Sil quien protagoniza una bella panorámica dibujando un meando sobre el que se asientan unos impresionantes viñedos construidos en terrazas o socalcos que parecen a la vista una pared imposible de escalar. Recorremos la orilla del Miño observando casitas cuyo único acceso parece ser a través del río, y llegamos al entorno de la localidad de Chantada, donde acababa de celebrarse su tradicional Feira do Viño, una tradición que comparte con otras localidades de la Ribeira Sacra que también celebran feiras en torno al vino desde hace años, como es el caso de Amandi o Quiroga.

Viñedos en terrazas ubicados en la zona de Chantada.

Nuestro tercer y último día en la Ribeira Sacra amanece también nublado y constatamos entonces que se trata de una constante de la zona dada su ubicación, su microclima y su cercanía con el Sil. Atravesamos el sendero mágico acondicionado por el Parador para contemplar la fauna y flora del bosque que rodea el monasterio. Fauna dominada por jabalís, ciervos y tejones, y flora protagonizada por frondosos castaños, robles y pinos.

Nuestro último día en la Ribeira Sacra lo destinamos a conocer la parte más oriental de la denominación, considerada la óptima para la elaboración de vinos tintos. Para ello, tras atravesar el río Mao, donde se pueble realizar un agradable paseo por pasarelas de madera, nos desplazamos hasta el pueblo de Castro Caldelas, presidido por un castillo que es la atracción turística de la localidad y uno de los vestigios románicos mejor conservados de la Ribeira Sacra junto al Monasterio de Santa Cristina, en el pueblo de Parada de Sil.

Siguiendo nuestra ruta, y tras atravesar O Pombar, donde se elaboran vinos que han cautivado al mismísimo Barack Obama, podemos contemplar las consecuencias de un mes de marzo primaveral, que ha provocado una brotación con más de un mes de adelanto sobre la fecha habitual (que es finales de abril). Llegamos entonces al embarcadero de Doade. Desde ahí y subiendo hasta el pueblo del mismo nombre, la carretera dispone de varios descansillos donde el visitante, boquiabierto, puede estacionar su coche para contemplar la belleza de unos espectaculares viñedos en pendiente. Los mismos viñedos que empezaron a ser cultivados por los romanos en el siglo I d.C. cuando trasladaron cientos de esclavos desde las minas de oro de Las Médulas bercianas hasta el río Sil para cultivar una recién descubierta uva Mencía. Los mismos que cultivaron durante la Edad Media las órdenes monásticas asentadas en la zona. Los mismos que ya en el siglo XX, y como consecuencia del éxodo rural, muchos abandonaron, y los mismos que en los últimos 30 o 40 años, unos locos viticultores han retomado para hacer algunos de los vinos más especiales de España.

Viñedos en Doade.

Entre esos “locos” está Fernando González, fundador de Adegas Algueira, una de las más galardonadas y mejor puntuadas de la D.O. Fernando nos espera para trasladarnos por los muchos matices de la Ribeira Sacra a través de sus vinos. “Actualmente tenemos 22 referencias, y es que en una misma parcela puedes encontrarte diferencias de altitud de 500 metros y orientaciones muy distintas que dan lugar a uvas con muchos matices entre sí”, nos cuenta. Damos fe de ese puzzle de singularidades que son los viñedos de la zona catando los vinos que salen de ellos… Godellos, Mencías, Brancellaos, Merenzaos, Sousón, Caíños, Garnachas tintoreras… Un viaje vitivinícola por unos vinos con una tremenda personalidad con los que poner el broche de oro a un viaje que ha superado todas nuestras expectativas.

Después de todo lo vivido durante apenas 72 horas, una cosa os digo: no dejéis de visitar la Ribeira Sacra al menos una vez en vuestra vida. Y si no podéis hacerlo, al menos viajad a esa región a través de sus vinos.

*Bitácora de viaje de Nacho Civera, redactor de contenidos de BODEBOCA.