Vinos sin D.O., el valor de los versos sueltos

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No es D.O. todo lo que reluce. O lo que es lo mismo, la ausencia en una botella del distintivo oficial de una zona de origen determinada no tiene por qué hacer dudar al consumidor de la calidad de lo que encierra en su interior. Los vinos sin D.O. (Denominación de Origen) o Indicación de Origen Protegida (I.G.P.) no son menores por definición ni sospechosos en sus estándares. Lejos del granel y los descuidados grandes volúmenes de antaño, los motivos de esa falta pueden ser de lo más variados, desde la libertad creativa hasta las discrepancias con el consejo regulador.

Pero para situarnos conviene definir qué es una D.O. Según establece el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación es “el nombre que identifica un producto cuya calidad o características se deben, fundamental o exclusivamente, al medio geográfico con sus factores naturales y humanos, y cuya obtención de su materia prima, producción, transformación y elaboración se realizan siempre en esa zona geográfica delimitada de la que toman el nombre”. En resumen, la denominación de origen no deja de ser el certificado oficial de procedencia de un vino que, además, ha sido elaborado siguiendo determinados criterios. El consejo regulador de cada denominación es el órgano encargado de definirlos mediante el pliego de condiciones, que, por ejemplo, establece las uvas permitidas en la vinificación de cada categoría; la graduación alcohólica mínima de éstas, los rendimientos por hectárea o los tiempos de crianza, entre otras muchas cuestiones.

En la definición de estos criterios es donde, en muchas de las ocasiones, radica la causa de que algunos elaboradores, tanto pequeños como grandes, encuentren motivos para no acogerse a este sello o, incluso, renunciar a él. En este sentido, como apunta Adolfo Fernández, Sales Manager de Bodeboca, “no acogerse puede ser un acto voluntario, pero en muchos otros casos es una obligación. Hay productores que no tienen posibilidad alguna ni de planteárselo; o bien porque en su zona no hay una D.O. a la que acogerse o bien porque llevan a cabo prácticas que para ellos son naturales pero que están vetadas por la D.O. por diferentes motivos, como bodegas que usan variedades no admitidas por la D.O. de su zona, que vinifican parcelas o viñedos que quedan fuera de alguno de los límites de la propia D.O. etc… Hay muchos casos, y en ellos también caben los que no quieren encorsetarse pero que no comprometen la calidad”.

Adrián Alonso de Vinos El Serbal en una de sus parcelas
Adrián Alonso de Vinos El Serbal en una de sus parcelas

El enólogo Adrián Alonso, con su proyecto personal Vinos El Serbal en la comarca burgalesa del Arlanza, es un buen ejemplo de ello. “Tuve una serie de problemas con el tema de rendimientos, nombres de los parajes, que no estaban contemplados en el pliego de condiciones… Y luego, a nivel comercial, casi más que aportarme, me restaba. Entonces consulté a los distribuidores con los que trabajaba, me dijeron que no había ningún problema, e incluso que lo preferían, decidí salirme y la verdad es que me encuentro comodísimo”.

Esta necesidad de poner en valor la diferenciación de los distintos terruños y la lentitud burocrática para poder hacerlo de forma reglada está detrás de las indicaciones de Vino de España o Vino de Mesa que podemos leer en muchas etiquetas. Una circunstancia más habitual en las denominaciones con menos músculo. «El problema es que nuestra D.O. es muy pequeñita, no se puede equiparar al funcionamiento de una un poco más asentada, y todo va mucho más despacio. Hay que tener mucha más paciencia y tampoco hay un interés, por ejemplo, por delimitar parajes, pueblos o vinos de parcela, Entonces, al final, hasta que todo eso llegue, yo sigo trabajando igual, y lo defiendo cuando explico los vinos. Las necesidades nuestras, en este caso, van por delante de la D.O.”, señala Alonso.

Viñedo de Raventós i Blanc. Foto de Javier Luego
Viñedo de Raventós i Blanc. Foto de Javier Luego

Pero la discrepancia abierta con las normas y la visión de cada consejo regulador respecto a este asunto también está en el fondo de la salida de grandes bodegas de no menos renombradas denominaciones. La barcelonesa Raventós i Blanc abrió el camino en 2012 abandonando la D.O. Cava para reivindicar la singularidad de la Conca del Riu Anoia, ámbito geográfico en el que se ubica su viñedo.

No fue la única. En septiembre de 2017, la Associació d’Elaboradors i Viticultors Corpinnat (AVEC) era inscrita en el Departamento de Justicia de la Generalitat de Catalunya. A sus seis bodegas fundadoras —Gramona, Llopart, Nadal, Recaredo, Sabaté i Coca y Torelló—, se fueron sumando más casas y hoy suman ya un total de 15 las que dejaron la D.O. Cava para apostar por una marca común que busca “prestigiar los vinos espumosos del corazón del Penedès”.


Juan Carlos López de Lacalle, alma mater de Artadi
Juan Carlos López de Lacalle, alma mater de Artadi

Años antes, concretamente en diciembre de 2015, otra histórica pero de la D.O. Ca. Rioja, decidía volar en solitario. “Artadi ha abandonado este órgano regulador, pero no abandona su origen: Rioja Alavesa. Creemos sinceramente y queremos transmitirlo con humildad, que desde fuera de este organismo, podremos seguir siendo útiles a la hora de crear sensibilidad por los grandes valores de nuestra comarca”, indicaba en un comunicado.

Nadie se cuestiona la calidad vinícola de estos proyectos sin tirilla de consejo regulador alguno. Pero a nivel comercial, como reconoce Fernández, su ausencia en un vino menos conocido aún siembra dudas. “Depende del público y del canal de venta. En segmentos más generalistas o en mercados poco especializados, la D.O. o I.G.P. sigue siendo un sello de confianza para muchos consumidores, ya que les da seguridad sobre el origen, el estilo y puede ser homologable a una cierta garantía de calidad. Sin embargo, de cara a un segmento más entusiasta o aficionados de un perfil algo más alto (como puede ser el del canal online o tiendas especializadas) tengo la impresión de que el público busca autenticidad, calidad y singularidad por encima de todo. Y ahí la ausencia de D.O. no solo no es un obstáculo, sino que puede ser una virtud. De hecho, hay consumidores que valoran la libertad creativa del elaborador por encima del cumplimiento de ciertas normativas”.

Adrián de El Serbal comparte esta visión. «En proyectos tan pequeños como el mío, que están en una gama de precios media-alta y que el consumidor es muy concreto, creo que no hay ningún tipo de problema. La gente al final bebe vinos por lo que es el proyecto no porque esté dentro de una D.O. Creo que ahora ya el consumidor más especializado ha trascendido a todo este asunto. Tu forma de trabajar no tiene por qué estar asociada a una D.O. Las pautas de calidad no tienen que estar marcadas porque estés dentro de ella, sino por una filosofía propia. Yo sigo trabajando igual ahora que cuando estuve en Arlanza».

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Madrileña de Aluche de cuna y militancia, licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y, desde noviembre de 2019, miembro del equipo de Contenidos de Bodeboca. La mayor parte de mi trayectoria laboral ha estado ligada a la información local de mi ciudad en prensa escrita y radio. La casualidad (¿o causalidad?) hizo que cambiara ruedas de prensa, plenos municipales y visitas de obras por historias de bodegas, variedades de uvas y notas de cata con palabras mágicas como sotobosque. Viajar, el mar con los míos, los días soleados, perder la noción del tiempo en un museo y las canciones de siempre de Calamaro, U2 o Bruce Springsteen, son algunas de mis cosas favoritas. Y, por supuesto, si se dan acompañadas de vino, la perfección.