La Cultivada

La viva personalidad de cada uno de estos aceites es el resultado no sólo de la variedad de la aceituna, sino del terroir, del cuidado particular de los olivos, de la manera de extraer el zumo e incluso de conservarlo en bodega. Hay todo un saber hacer heredado que se entreteje con tecnologías y tendencias contemporáneas. 

Las tierras del Molino de Santa Ana, están vinculadas a la familia materna de su fundadora desde hace varias generaciones, al menos hasta Carlos III, allá por 1700 cuando se llevó a cabo el proyecto de repoblación de Sierra Morena y del valle medio del Guadalquivir, supervisado por Pablo de Olavide y se plantaron olivares y viñas en la campiña sur de Córdoba.

La finca de olivar se sitúa entre los términos de Guadalcázar y Fuente Palmera, al suroeste de la provincia de Córdoba y dentro de una zona conocida como la Vega del Guadalquivir. Es un paraje donde predominan los regadíos y tierras de sembradura. Es pura planicie, campiña, un paisaje en calma.

La calidad del aceite de este triangulo formado por Córdoba-Sevilla y Écija era muy reputada entre autores latinos como Heródoto, Columela, Marcial y Estrabón. Posteriormente lo hicieron los agrónomos andalusíes como Ibn al-Awam que trató en profundidad el cultivo del olivo y que hablaba concretamente de la tierra de Istiyya (Écija)

El Molino de Santa Ana está rodeado por 100 hectáreas de olivar, entre picuales, arbequinos y hojiblancos. Aún quedan algunos testigos centenarios de la variedad de aceituna lechín, la autóctona y conocida como "de la tierra", es la variedad más antigua y que ya era nombrada en épocas antiguas.

Los olivos de arbequino fueron plantados por Pedro Vecino, hace más de tres décadas cuando aún no existía esta variedad en la zona. La razón fue el gusto por un aceite más delicado y aromático que el que se producía en Andalucía a la sazón.