Existe una regla no escrita que asocia viñedos recónditos con grandes vinos. Pareciera que cuanto más difícil es llegar hasta ellos y trabajarlos, más recompensas ofrecen. [break]
Esta regla tal vez no exista, pero si lo hiciera encontraría en Mengoba su perfecto ejemplo. Es posiblemente uno de los proyectos más discretos de cuantos conocemos en el Bierzo —que ya es decir— y, al mismo tiempo, el que más nos sorprende con sus vinos.
No es nada fácil llegar hasta Espanillo, una pintoresca localidad con viñedos semiocultos entre una vegetación de montaña, colmenas de abeja y flores silvestres de todo tipo. En este entorno mágico, Gregory Pérez mima una Mencía tan expresiva que la vinificación debe por fuerza ser muy delicada y artesana si no quieres enmascarar la pureza de la variedad.
La Mencía en la zona que trabaja Gregory es especial y cuando estás allí, in situ, para comprobar a qué huele el viento que pasa por tu lado y la zancada que debes dar para subir la viña hasta arriba sin perder el aliento, entonces todo encaja. Luego, vuelves a la ciudad y tras abrir cualquiera de los vinos que hoy presentamos, te dan ganas de mimar esas botellas, cuidarlas, abrazarlas y protegerlas, porque son tesoros increíbles que no van a pasar por tus manos todos los días.
Os lo garantiza quien escribe estas líneas. Han pasado cuatro años y aún recuerdo estas mencías fragantes, raciales, frescas y profundas. Luis Gutiérrez debe pasar por el mismo trance cada vez que tiene la oportunidad de catarlos, aunque desconocemos si ha estado o no en Espanillo. Un aviso a navegantes, una llamada a enamorarte como nosotros no solo de los tintos, sino también de los godellos de Mengoba.