En la Italia de la posguerra, un lugar donde las mujeres de bajos recursos estaban al servicio de los nobles, hubo una joven de nombre Sabina Marzadro que se atrevió a soñar con destilar sus propios licores y grappa. Y lo consiguió.[break]
Tras pasar 12 años al servicio de un aristócrata romano, regresó a su tierra natal, donde su hermano Attilio la esperaba para juntos cumplir su ilusión: elaborar una grappa de calidad sirviéndose de las uvas de las parras que crecían en los patios de los labradores.
En el año 1949 comenzaron a llegar a su patio de su casa, donde colocaron sus alambiques, los primeros carros de orujo, así como los primeros clientes.
De hecho, comenzó a oírse en las barras de las tascas cercanas aquello de "ponme un Marzadro"; hoy en día puede no sonar extraño, pero por aquel entonces era inusual que una bebida fuera conocida por el nombre de la familia que lo elaboraba.